La ciudad de Barcelona en la literatura catalana

LA LITERATURA Y EL CONOCIMIENTO DE LA CIUDAD

En otro lugar se analizó ya el problema de la subjetividad en los estudios de Ciencias Sociales y, en particular, en los de Geografía, así como el papel que la idea de ciudad ha jugado en la Literatura a lo largo de la Historia y cómo ésta se aproxima al fenómeno urbano, lo que permitió alcanzar algunas conclusiones de diversa trascendencia respecto al uso de las fuentes literarias para un mejor conocimiento de la ciudad (Carreras, 1988).

No puede resultar ocioso recordar que la finalidad y objetivo de las novelas, en general, es el entretenimiento y que su origen es, sobre todo, la creación artística, por lo que nunca será imputable a este tipo de fuentes cualquier incorrección o banalidad de los resultados. En este sentido, se debe señalar que el análisis de la novelística constituye el objeto científico de la crítica literaria, y no de la Geografía, por lo que la posible utilización por parte de los geógrafos de las fuentes literarias se reduce a la realización de una lectura muy interesada, sesgada y orientada a la vez. Ello no significa, en modo alguno, que la colaboración entre ambas disciplinas no deba realizarse y que, incluso, pueda resultar altamente positiva (Colom et al., 1978; Rovira y Navarro, 1994). Desde un punto de vista geográfico deben destacarse, al menos, tres principales aportaciones que puede extrarse del uso de las fuentes literarias en el conocimiento de los espacios urbanos.

1. Un primer hecho destacable es la utilidad de las novelas, por supuesto, junto a otras muchas fuentes de información, para conocer una ciudad concreta en un momento dado. En este sentido, cabe recordar lo que un personaje de los cuentos de Hoffmann, citado por Walter Benjamin (1892-1940), le dice a otro: «Tenías tus motivos para trasladar la escena a Berlín y nombrar calles y plazas. En cualquier caso, a mi modo de ver, nada tiene de malo en general el determinar con exactitud el escenario de la acción, pues gracias a ello el conjunto adquiere una pátina de veracidad histórica que siempre puede socorrer a una imaginación perezosa, y también gana en vivacidad y frescura, en especial a los ojos de aquellos que están familiarizados con el lugar de la acción» (Benjamin, 1985). Se trata, de hecho, del uso literario de la ciudad como escenario. La concreción espacial que pretende dar verosimilitud a la acción literaria, es útil al estudioso, sobre todo, para el conocimiento de aquellas ciudades alejadas en el espacio o en el tiempo, sobre las que resulta, a menudo, difícil encontrar informaciones de cualquier otro tipo. En estos casos, el uso, paralelo a la lectura, de un plano de la ciudad de que se trate, sobre el que se van situando los distintos escenarios y ambientes descritos o mencionados (on camera u of camera, como definiera con símil cinematográfico y para el Madrid del siglo xix, Anderson, 1985), contribuye a la comprensión de la acción de la novela, a la vez que permite delimitar los lugares no descritos para valorar su posible importancia. A menudo, la contrastación con otras fuentes, estadísticas, cartográficas o documentales, por poco que se valide la impresión que se ha extraído de la descripción literaria, permite reafirmar su utilidad como descripción tout court. Además, la parcialidad de la visión que se puede haber ofrecido es susceptible de ser matizada con el estudio del grado de vinculación o de la propia capacidad de observación y de descripción del autor de que se trate. Ya es clásico, en este sentido, el ejemplo de la lectura del artículo Zarauz en una obra teóricamente tan objetiva y desapasionada como el Diccionario geográfico, estadístico e histórico de España y sus posesiones de Ultramar (1846- Í850), que permite detectar el hecho que su autor, Pascual Modoz. (1806-1870), había realizado estancias en dicho municipio y que su descripción era, en buena parte, vivida.

2. Pero la ciudad en la novela no aparece tan sólo un escenario o un paisaje, como a menudo ha sido destacado, a pesar de la importancia innegable del hecho material de su plasmación territorial. La ciudad en las novelas puede ser también un ambiente o un estado de ánimo. Así, llueve y todo es de color gris o viejo, y los protagonistas están angustiados o son insignificantes, o van vestidos de negro, como en las visiones de la ciudad muerta (cf. Lozano, en Revira y Navarro, 1994); o, por el contrario, luce el sol, pasean jóvenes y el paisaje resplandece en argumentos eufóricos y vitales. Ello plantea la cuestión de que la ciudad es, antes que nada, sus propios ciudadanos, los hombres y mujeres que la habitan y la viven cotidianamente. En este sentido, cabe destacar el enorme interés de algunas buenas novelas urbanas como reflexión y, por lo tanto, como acercamiento al conocimiento del propio concepto de ciudad. En algunas obras literarias, destacados autores, ya por su profunda formación, ya por su fina sensibilidad, alcanzan a describir con vigor y claridad las características de la vida urbana y de sus problemas más importantes, lo que constituye, sin lugar a dudas, un testimonio fundamental para cualquier análisis urbano. Este hecho puede entrar en cierta contradicción con el anterior, ya que, en algunos casos, resulta difícil llegar a discernir con claridad cuando se está describiendo un ambiente o una personalidad concreta o cuando se está presentando un elemento genérico y global, en cierta forma, universalizable. Se trata del eterno problema entre lo general y lo particular, entre lo local y lo global que la Geografía conoce bien en su experiencia. En cualquier caso, es indudable que la capacidad creativa de los artistas literarios constituye un elemento importante en la búsqueda de una definición de lo urbano, concepto que los científicos sociales de especialidades distintas aún no han alcanzado a definir y a delimitar de forma satisfactoria.

3. Finalmente, debe señalarse que las fuentes literarias, tanto las más periodísticas, como las de creación, constituyen un elemento muy destacado para la difusión de una determinada imagen de una ciudad. Antes de la expansión del cine, de la televisión y del vídeo, fue prácticamente el único elemento y aún hoy sigue siendo primordial, ya que los medios audiovisuales pueden falsear o recrear con facilidad (por razones de oportunidad o de presupuesto) los escenarios. Así la ciudad de Los Ángeles ha prestado sus escenarios a una gran cantidad de películas estadounidenses, incluso algunas que sucedían teóricamente en otros lugares, como Soilen Green, por ejemplo, que debía acontecer en New York; incluso adaptaciones de novelas famosas han recreado escenarios, como la versión cinematográfica de La insoportable levedad del ser, de Milan Kundera (1929), que escogió los barrios industriales del arquitecto Tony Gamier (1869-1948) en Lyon para representar a la barroca y bella ciudad de Praga. Sirva esta referencia también para señalar como los medios audiovisuales son, muy a menudo, derivados de la literatura. Por ello, resulta altamente interesante el análisis y contraste de las descripciones literarias con otros datos de la realidad urbana, extraídos de fuentes de información más convencionales, para investigar qué intereses, qué sectores urbanos son reflejados y resaltados o marginados y criticados. El novelista, como la mayor parte de los intelectuales, se halla inmerso dentro de la realidad social y, de forma voluntaria o involuntaria, sirve a unos intereses que se concretan en prácticas y políticas urbanas que constituyen el objeto primordial de estudio de la Geografía urbana. En este sentido, pues, el estudio de las imágenes que se crean, el análisis de su mayor o menor difusión, resulta totalmente fundamental para el conocimiento también de las políticas urbanas.

Desde el punto de vista metodológico, el uso de los textos literarios permite aproximaciones diversas. A pesar del carácter cualitativo de la fuente, se ha utilizado incluso técnicas de cuantificación, cercanas a la bibliometría (Anderson, 1985). Más a menudo se usan técnicas cualitativas que pretenden sistematizar las informaciones y opiniones sobre la ciudad, con el uso, siempre que sea posible, de mapas, reales o virtuales. En este sentido, sigue siendo muy útil el esquema presentado por Joan Vilagrasa organizado en tres conceptos principales; los personajes y sus lugares, el espacio y el tiempo y los novelistas y sus lugares (Vilagrasa, 1988).

Imágenes, planeamiento y política urbanos y vida cotidiana de la ciudad y de sus ciudadanos constituyen así realidades sociales distintas que cabe conocer separadamente y en sus mutuas interrelaciones en las fuentes literarias para poder acercarse con mayor rigor y profundidad al conocimiento general de la ciudad. Esto, al menos, es lo que se lleva intentando acerca de la ciudad de Barcelona desde hace algunos años, en una labor de investigación que ya ha producido algunos frutos (Carreras, 1985 y 1993, Benach, 1993).

 

LAS FUENTES LITERARIAS SOBRE LA CIUDAD DE BARCELONA

La literatura y el periodismo suministran especialmente información acerca de hechos históricos concretos, sobre sus interpretaciones y sobre sus consecuencias económicas, sociales, políticas y urbanas. Al mismo tiempo son fuente de información también sobre hechos más o menos legendarios, pero que pueden acabar, de una forma u otra, materializados en el paisaje urbano de la ciudad. Barcelona cuenta con una excelente tradición en este sentido, tanto literaria como estrictamente periodística, que se ha mostrado muy eficiente para la investigación urbana; en el mismo sentido cabría incluir los libros de memorias que cumplen un papel similar, como las Memòries (1954) del literato Josep M.a de Sagarra (1894-1961), o la más reciente Mis memorias (1994) de Josep M.a de Porciones (1904-1993), que fuera controvertido alcalde de la ciudad entre 1960 y 1973.

En lo literario, cabe destacar una obra pionera, la antología que publicó, en 1957, Carles Soldevila (1892-1967), donde reúne algunos cientos de fragmentos de textos de autores y épocas distintas, junto a ciento cincuenta cuadros e ilustraciones de paisajes urbanos. Más recientemente aún, el periodista y cronista oficial de la ciudad Lluis Pennanyer (1939) ha publicado un libro de gran difusión, que recoge más de 400 citas literarias sobre la ciudad de Barcelona, extraídas, tan sólo de obras de autores no catalanes, españoles y extranjeros (Permanyer, 1993). Veintiséis años separan ambas obras, que responden a momentos muy distintos y contrastados de la historia de la ciudad, pero dan testimonio de la importancia de este tipo de informaciones novelísticas para el mejor conocimiento de la ciudad.

Los archivos privados, personales o de periódicos y revistas de tema barcelonés, aportan también una gran cantidad de detalles para la profundización de los conocimientos sobre la ciudad, aunque su consulta siempre resulta fragmentaria y puntual; el peligro de mezclar anécdota y categoría o de derivar hacia informaciones colaterales y farragosas son los riesgos más normales en el uso de este tipo de fuentes. Así, por ejemplo, las guías del ocio que se publican semanalmente, de forma separada o insertas como suplemento de algunos diarios[1] presentan información cumplida, aunque no exhaustiva ni ajustada a baremos objetivables, sobre la irradiación cultural en su sentido más amplio de ocio y diversión de Barcelona. Lo mismo podría decirse de otras informaciones periodísticas, aparentemente deslavazadas, como las esquelas mortuorias del Diari de Barcelona, para el siglo xix, o de La Vanguardia, para el siglo xx, que permiten una cierta reconstrucción de la historia familiar de las élites urbanas, así como estudios sobre morbilidad y mortalidad, incluso.

A partir de todo ello, se presenta a continuación una visión personal de la evolución de la imagen literaria de la ciudad de Barcelona, más analítica que antológica y en conexión con interpretaciones más generales realizadas anteriormente (Carreras, 1988 y 1994).

 

LA CIUDAD EN LA LITERATURA CATALANA: EVOLUCIÓN Y PERSPECTIVAS

Una consideración muy generalizada de la tierra (suelo rústico productivo, pero también suelo urbano) como valor fundamental, así como una cierta imposición de la tradición rural, el llamado pairalisme, como defensa de las raíces culturales ancestrales, que jugó un papel esencial en el catalanismo político, han contribuido muy posiblemente a retrasar la aparición de la literatura urbana en Catalunya, que, lógicamente, tenía que ser esencialmente barcelonesa. Ello contrasta más con el hecho de que la llamada revolución industrial, que traería aparejada la expansión del mundo urbano, se había iniciado desde principios del siglo xviii, centrada en la ciudad de Barcelona.

Las obras dramáticas y los grandes poemas de la Renaixença, a pesar de haber sido escritos o divulgados, sobre todo, en el ámbito de una Barcelona industrial, eran predominantemente ruralistas. Los dramas de Frederic Soler, más conocido como Serafí Pitarra (1839-1895), entre los que destaca especialmente El ferrer de tall, de 1874, o los de Ángel Guimerá (1845-1924), entre los que cabe señalar Terra Baixa de 1897, se ajustan plenamente a este modelo. Incluso la temática de los poemas de Mossén Cinto Verdaguer (1845-1902), a pesar de la magnífica excepción que supone su famosa Oda a Barcelona (1883), es romántica y rural. Puede encontrarse, incluso, escritores que pueden definirse claramente como antiurbanos, como Rafael Nogueras i Oller (1880-1949), quien en su poema El carrer del migdia (1905) podría decirse que alcanza a redactar una oda contra Barcelona.

Pero también en la novela, que es el género urbano por excelencia, puede encontrarse un espíritu muy similar. Baste recordar, en este sentido, el espíritu rural y pagés (rústico o campesino) de narradores tan destacados y diferentes como los gerundenses Catalina Albert, más conocida como Víctor Català (1873-1966), cuya obra más representativa es Solitut de 1905, o el prolífico Josep Pla (1897-1981), uno de los mejores geógrafos de la literatura catalana, como muestra su guía de Cataluña, publicada en castellano por primera   vez en 1961. Incluso Narcís Oller (1846-1930), en su vibrante La febre d'or (1890-92), llevada al cine por Televisión Española recientemente, donde describe de forma admirable la Barcelona de finales del ochocientos, consigue hacer pasar una moraleja totalmente ruralizante, en la que se concluye que la propiedad de la tierra constituye el único valor seguro; sus otras obras ya son claramente rurales, como L’escanyapobres de 1884.

Los relatos en los que la ciudad es tratada ya de forma positiva se iniciaron con algunos autores importantes, aunque relativamente marginales dentro del panorama general de la literatura catalana. Un primer caso a destacar es el del polifacético Santiago Rusiñol (1861-1931), marginal por su originalidad artística, quien en su famosa novela L’auca del Senyor Esteve, del año 1907, adaptada posteriormente al teatro, no sólo realiza una de las más ácidas y mejores críticas de la figura del botiguer (comerciante o tendero) barcelonés y catalán, sino que, además, consigue una descripción muy viva de buena parte de la vida cotidiana de Barcelona, especialmente del barrio de la Ribera, a finales del siglo xix. Un segundo caso a destacar es el del poeta Joan Salvat Papasseit (1894-1924), cuyas obras son claramente urbanas y plenamente del siglo xx, en las que describe de forma especial los ambientes del puerto y de la vieja Barceloneta, sus barrios vividos, destacando entre todos,         su conocido poema Nocturn per acordió. Igualmente marginal, por el hecho de ser mujer, aunque de la clase alta (McDonogh, 1988), pude considerarse a Dolors Monserdà (1845-1919), quien en su principal novela, La Fabricanta, de 1904, describe con amor y detallismo los ambientes obreros de la ciudad vieja.

Los escritores posteriores, encuadrados en lo que se denominó noucentisme[2] realizaron ya una clara y decidida profesión de fe civil y urbana. Así, el poeta Joan Maragall (1860-1911), abuelo del alcalde de la Barcelona'92, escribió en 1911 una de las más bellas obras dedicadas a la ciudad en su Oda nova a Barcelona, donde se muestra toda la compleja contradicción de la vitalidad urbana. Como otros poetas coetáneos y también finamente urbanos, como Joscp-Vicenç Foix (1893-1986), Josep Carner (1884-1970) o Clementina Arderiu (1889-1976). Al mismo tiempo, el ya citado Carles Soldevila, sobre todo bajo el pseudónimo de Myself, se dedicó a la ardua tarea de educar a sus compatriotas catalanes en la llamada, no por casualidad, urbanidad, al repertoriar las normas de comportamiento de la vida en la ciudad: cómo hay que redactar una carta, cómo hay que comer con buenos modales, cómo debe comportarse un joven bien educado. La Guía de Barcelona de Soldevila, publicada en ocasión de la exposición internacional de 1929 no tiene desperdicio alguno en cuanto a los criterios de gusto acerca de la ciudad. Podría decirse que el propio Eugeni d'Ors (1881-1954) o Jaume Bofill (1878-1933) jugaron un papel en el mismo sentido, aunque a un nivel mucho más culto, e incluso filosófico, como Carles Riba (1893-1959), en su profesionalización en el estudio del mundo clásico, o Pompeu Fabra (1868-1948), en su labor de normalización lingüística. Incluso el ya citado Josep Pla, quien a pesar de su carácter rústico y desconfiado, muestra una clara identificación con el espíritu del nuevo siglo, habiendo escrito alguna obra sobre Barcelona que ha proporcionado informaciones e intuiciones muy importantes, como se ha mostrado en otras publicaciones (Carreras, 1993). Aunque en una categoría inferior, el hijo de Narcís Oller, Joan Oller i Rabassa (1882-1971), publicó en 1930 una gran novela urbana dedicada a los años treinta, de gran conflictividad social, obra que consignó dar nombre a toda aquella época: Quan mataven pess carrers.

A pesar de encarnar la cultura oficial de la Mancomunitat catalana, hay que recordar que buena parte de estos autores noucentistes han sido muy discutidos dentro de la cultura catalana tradicional, especialmente, d'Ors y Pla (Trías, 1984). Ello se ha plasmado en la dificultad para incorporar el noucentisme, en general, en la corriente de ideas en Cataluña[3] y en el citado retraso de la propia literatura urbana.

Después de la llamada guerra de España (1936-1939), la ciudad de Barcelona ha conseguido ir ocupando progresivamente el lugar que le correspondía en la literatura catalana o que se publicaba en Cataluña. La ruptura que supuso la guerra y, sobre todo, su dramático final, constituye una clara ruptura también, tanto en el papel de la ciudad, como en la propia continuidad de la cultura.

En lengua catalana merecen destacarse las obras de autores exiliados fuera de España durante largos años,[4] como la escritora Mercè Rodoreda (1909-1983), con libros tan conocidos como La plaça del Diamant (1962) o El carrer de les Camèlies (1966), o como Víctor Mora (1931) que sobresale por su libro Els plàtans de Barcelona (1972), o como Pere Calders (1912-1994) y algunos de sus innumerables y sabrosos cuentos. Pero, en general, la mayor parte de las novelas de tema barcelonés han sido escritas en lengua castellana, lo que ha facilitado su difusión internacional, a la vez que originaba el debate sobre la validez del dialecto catalán del castellano y permitía mantener la hipótesis de la marginalidad.

Cronológicamente hay que citar, en primer lugar, a Ignasi Agustí (1913-1974), que publicó su conocida saga histórica sobre la burguesía catalana: Mariona Rebull (1943), El viudo Rius (1944), Desiderio (1957) y 19 de julio (1965). También cabe recordar la pionera novela Nada (1944), de Carmen Laforet (1921), que conquistó el premio Nadal de aquel año.

Mucho más importantes son una serie de autores especialmente conocidos que tienen en común su nacimiento en la década de los treinta. En primer lugar, Joan Marsé (1933), que ha descrito de forma recurrente los barrios septentrionales de la ciudad (Gràcia, el Guinardó y el Carmel, especialmente) en una serie de novelas sobre el franquismo y el primer post-franquismo; tan sólo su famoso premio La muchacha de las bragas de oro (1978) ha escapado, y no del todo, del escenario barcelonés. En segundo lugar, Joan Goytisolo (1931), quien ha introducido en sus libros de memorias, sobre todo a partir de Coto vedado, en 1985, las vivencias sociales y urbanas de Barcelona. También el periodista y narrador Manuel Vázquez Montalbán (1939) que ha universalizado sus novelas barcelonesas de ladrones y policías, o que ha publicado diversas ediciones de su peculiar guía Barcelones; Vázquez Montalbán sigue siendo una de las escasas voces críticas de la izquierda en el panorama urbano de consenso actual. El más traducido, quizás, es Eduardo Mendoza (1939) que ha convertido la ciudad en una protagonista total, pasando de sus detectives antihéroes a la narración pseudohistórica de La ciudad de los prodigios, de 1986.

Narradores más jóvenes han desarrollado posteriormente una literatura sobre la ciudad de Barcelona, ya sin problemas ni complejos. En castellano, como José M.a Riera de Leyva (1934), que con intermitencias ha producido novelas de ambiente barcelonés, ligadas a la evolución social y política de la ciudad y de ritmo casi cinematográfico. En catalán también, como la malograda Montserrat Roig (1946-1992), o el popular Quim Monzó (1952), o Jaumé Cabré (1947), en el campo de las recreaciones históricas, o Pep Albanell (1945), cuya novela El Barcelonauta (1977), aunque menor, resulta una sencilla historia del enamoramiento hacia la ciudad de alguien que pretendía huirla y que puede constituir todo un símbolo de una recuperación tardía.

 

UN CASO ESPECÍFICO: EL BARRIO CHINO DE BARCELONA Y LA NOVELA NEGRA

Tratamiento aparte merecen una serie de autores, quizás de menor importancia literaria, pero que, a través del género negro, un género eminentemente urbano, hicieron de la ciudad de Barcelona y, sobre todo, de su llamado Barrio chino, el centro, escenario y ambiente de sus narraciones. Podría afirmarse, incluso, que el propio concepto de barrio chino, en el que no residió nunca chino alguno, fue inventado por estos autores y por ellos difundido por el extranjero, especialmente en Francia e implantado incluso en la conciencia de los barceloneses.

Este barrio industrial, de urbanización relativamente reciente, pero degradado, con funciones de ocio y entretenimiento, de lo que se ha dado en llamar vicio, ligadas, en buena parte, a la cercana actividad portuaria, y especialmente conflictivo durante los años de la euforia y del espionaje de la primera Guerra Mundial, fue denominado barrio chino a causa de su ambiente relativamente similar a las típicas chinatowns de las ciudades de la costa oeste de los Estados Unidos, entonces en boga.

El primero debió ser Francesc Madrid (1900-1952) en su pionera novela Sangre en Atarazanas (1920?), que alcanzó una gran difusión. Siguieron los autores franceses Francis Careo (1886-1958) o Pierre Marc Orlan (1882-1970), quien realizó una película sobre el barrio; también Joseph Kessel (1898-1972) constituye otro ejemplo foráneo sobre el tema. Incluso el homenaje a Cataluña del año 1938 de George Orweil (1903-1950) no viene a ser otra cosa que una crónica de los años de la revolución en el barrio de las Ramblas barcelonesas. Periodistas, policías y maestros locales han proseguido el género aún después de la guerra de España, entre los cuales merecen destacarse Tomás Salvador, José Antonio de la Loma (1924), más conocido por sus actividades como director de cine, Francisco González Ledesma o Raúl Núñez.

Como elementos culminantes de este tipo de literatura de barrio puede citarse al gran novelista mallorquín, Llorenç Villalonga (1897-1980), quien utilizó su ambiente en alguna de sus obras, como, por ejemplo, en Mort de Dama (1931). Igualmente, en la literatura francesa de postguerra merecen mención especial, la novela del español José Luis de Vilallonga (1920), de intencionalidad esencialmente política y la de André Pieyre de Mandiargues (1909), que une crítica política y marginación vital, ambas centradas en el ambiente de las Ramblas.

 

EL PERIODISMO URBANO, UNA ESPECIALIZAC1ÓN BARCELONESA

El periodismo urbano, en su sentido moderno, fue, sin duda, iniciado en Barcelona por Francesc Candel (1925), especialmente a partir de la publicación de su novela Donde la ciudad cambia su nombre (1957). Su línea reivindicativa de periodismo de denuncia, conectada directamente con los movimientos vecinales, ha encontrado una continuidad posterior en periodistas más jóvenes, en casi todos los periódicos de la ciudad, entre los que destacan Josep M.a Huertas (1939), Jaume Fabra o Rafael Pradas.

Hay que citar en este apartado también aquellos periodistas que desarrollan las llamadas crónicas urbanas, más cerca de la historia factual que de la reivindicación social. En este sentido, la ciudad de Barcelona tuvo su gran antecesor en el historiador romántico Víctor Balaguer, que hizo la historia y dio nombre a las calles de Barcelona, a la vez que publicaba las primeras guías ferroviarias de Cataluña, hecho indiscutiblemente urbano. Y en pleno siglo xx, cabe destacar nombres como los del prolífico Andreu-Avel·lí Artís (1908), más conocido por el pseudónimo de Sempronio, o del más joven y ya citado Lluis Permanyer, especializado en la historia del Eixample.

 

A GUISA DE CONCLUSIONES: LAS IMÁGENES LITERARIAS DE LA CIUDAD DE BARCELONA

Barcelona, como el conjunto de Cataluña, se mueve entre dos imágenes contrastadas, de la conflictividad y la rebelión a la laboriosidad, la eficacia y el ocio. Por un lado, se ha difundido internacionalmente la ciudad roja: obrera y anarquista, conflictiva y revolucionaria (de la primera huelga proletaria de 1854, de las bombas del corpus o del Liceo, de la semana trágica o de los levantamientos de octubre, de la huelga de tranvías de 1951), y vanguardista en lo cultural (de Picasso y de Miró, o del Dau al set o de la escuela de cine de los años 1960). Por otro lado, ha aparecido la ciudad rosa, de la creatividad y la laboriosidad, cosmopolita, con energía, vitalidad, y clima mediterráneo y acogedor, con un patrimonio histórico y cultural rico que, a través del diseño, se conjuga con la modernidad. Estas últimas ideas son difundidas por la Literatura, y la política urbana se ha encargado de utilizarlas, difundirlas y fomentarlas, e incluso de venderlas. Hoy la escuela de Barcelona que se impone es la de los arquitectos postmodernos, creativos y técnicos a la vez, que alternan tradición y progreso; a través de ellos es la propia ciudad, sus paisajes los que se venden en el mercado internacional (Moix, 1994). Una guía urbana de la ciudad ha constituido un best-seller en el mercado norteamericano, conocido por su pragmatismo comercial (Hughes, 1992).

 

Y esta política mercantil y el éxito de sus ventas se refleja en la coherencia social interior, que moviliza miles de ciudadanos voluntarios y a empresas y capital privado, que hace vibrar a los barceloneses con los esplendores y miserias de la Barcelona'92. Todo ello muestra la vinculación de literatura y realidad y la necesidad del análisis de todas las fuentes de información para interpretar nuestro territorio cambiante.

 


[1] En Barcelona, la Guía del ocio se publica todas las semanas desde el año 1977, mientras el Periódico de Cataluña ofrece otra todos los viernes.

[2] El propio nombre novecentismo denota la clara voluntad rupturista con el romanticismo y el modernismo del ochocientos.

[3] Testimonio de ello es el debate en torno a la exposición sobre el lema en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona de enero a marzo de 1995.

[4] Este hecho permitiría considerarlos aún dentro de una forzada marginalidad.