El alma de un pueblo es el alma universal que brota a través de un suelo. El alma catalana es pirenaico-mediterránea: los adustos Pirineos descienden en pétreo oleaje apaciguándose a medida que se aproximan al dulce mar latino, de claro horizonte: en el horizonte del mar hay las claridades de Italia, de Grecia. El alma catalana es adusta y clara.
La tierra catalana es dura, pero agradecida: así sus hijos aprenden a trabajarla por necesidad, y son estimulados por la recompensa: son acostumbrados al triunfo por el trabajo. Así su trabajo es alegre; trabajan cantando, y trabajando y cantando descienden al mar que les atrae con la promesa de nuevos triunfos y el eco de nuevos cantos. Así los catalanes son rudos y expansivos a un tiempo, porque aman la tierra y el mar; y hábiles para enriquecer el producto de la tierra propia y lo que el mar les trae de las aguas, y no saben servir ni mandar porque todos se sienten iguales para el triunfo por el trabajo directo; y cada uno se siente libre y siente libres a los demás, y todos orgullosos de su libertad, y tan celosos de ella, que repugnan cederla aún para la organización social, porque creyendo bastarse cada uno a sí mismo, no la sientan necesaria. Satisfacen mejor su sociabilidad donde menos atados se sienten por ella. Dentro de cada catalán hay un anarquista.
Son trabajadores esperanzados, y per esto poc contemplativos: si descansando miran al cielo, ven en el cielo un bello descanso extendido sobre el trabajo de la tierra, y no suelen preguntar qué hay más allá de las estrellas. Así su piedad es serena y confiada: confían en ese algo bueno que resplandece claramente, pero lo incomprensible no les atormenta: no son ambiciosos de lo absoluto. Suelen reír de lo que no entienden.
El catalán siente su alma, pero no siente el peso de su alma: y por eso le interesa más su historia que su filosofía, y ama su lengua más aún que su historia. De las artes goza sobre todas la música y el teatro, porque son directas y no cabe engaño en ellas.
En todo es franco, y quiere franqueza. Es pronto en sus afectos, no los extrema: ni traidor, ni mártir. Su amor más constante es el de su libertad. La ha aprendido del mar y de las cimas de los montes.
He aquí el alma catalana: libertad.
Joan Maragall: "Alma Catalana", Extret de Obres Completes. Barcelona: Editorial Selecta, 1961.