Es un muchacho de veintipico años. Alto, fibroso, de pelo corto. Entra en el bar, un bar pequeño y agradable donde los clientes se aglomeran en la barra. El muchacho saluda –“Bon dia”–, pero el rumor de las conversaciones es demasiado alto para que nadie le oiga. En este momento la propietaria está cobrando a un cliente. Le dice:
–A veure, doncs... La truita i l'aigua,oi?
–I un tallat! –dice el cliente.
–Ah, sí, i un tallat. Doncs són 6 euros 30.
El cliente paga, la propietaria le devuelve el cambio, el cliente se despide –“Adéu, Mercè”–, da media vuelta, abre la puerta y sale a la calle. Mercè se dirige hacia el recién llegado, que ha estado observando la pizarra que hay en la pared, con la lista de bocadillos, y pide:
–Un entrepà de tonyina.
En su acento hay un deje extranjero evidente, yo diría que brasileño o portugués.
–¿Y para beber? –le pregunta la propietaria.
El muchacho repasa la lista de bebidas, que cuelga de otra pared, bajo los botes de te.
–Un suc de taronja –dice.
–Vale. Un bocadillo de atún y un zumo de naranja, ¿eh?
–Sí –dice el muchacho.
La propietaria prepara el zumo y el bocadillo. Los pone frente al muchacho.
–Que aproveche –le dice, con una sonrisa. El muchacho come y bebe en un extremo de la barra. Entra otro cliente, gordito y calvo.
–Bon dia, Mercè. A veure, dóna'm una xapata d'aquestes petites.
–Quina vols? N'hi ha de mortadel·la, de salami, de sobrassada, de formatge...
–De mortadel·la. I una Coca-Cola de llauna.
Mercè sirve al gordito la Coca-Cola y la chapata de mortadela. Charlan de esto y de aquello. Al cabo de un rato el muchacho del extremo de la barra acaba su bocadillo, apura el zumo que queda en el vaso y, cuando la propietaria le mira, con el dedo traza un círculo sobre el plato y el vaso vacíos.
–Quant és?
La propietaria va hacia la caja registradora. Mientras va tecleando los precios musita “l'entrepà de tonyina..., el suc de taronja...” y, finalmente, con el ticket en la mano se vuelve hacia el muchacho:
–Era un bocadillo de atún y un zumo de naranja, ¿verdad? Pues mira: cinco euros justos.
El muchacho paga.
–Muchas gracias –dice Mercè.
El muchacho da media vuelta y, antes de abrir la puerta, saluda, en un último intento:
–Adéu.
–Adiós –le responde la propietaria, sonriendo con amabilidad.