Carreras, Carles

Carreras, Carles Josep M. Ramis dt., 15/05/2012 - 16:56

La ciudad de Barcelona en la literatura catalana

La ciudad de Barcelona en la literatura catalana

LA LITERATURA Y EL CONOCIMIENTO DE LA CIUDAD

En otro lugar se analizó ya el problema de la subjetividad en los estudios de Ciencias Sociales y, en particular, en los de Geografía, así como el papel que la idea de ciudad ha jugado en la Literatura a lo largo de la Historia y cómo ésta se aproxima al fenómeno urbano, lo que permitió alcanzar algunas conclusiones de diversa trascendencia respecto al uso de las fuentes literarias para un mejor conocimiento de la ciudad (Carreras, 1988).

No puede resultar ocioso recordar que la finalidad y objetivo de las novelas, en general, es el entretenimiento y que su origen es, sobre todo, la creación artística, por lo que nunca será imputable a este tipo de fuentes cualquier incorrección o banalidad de los resultados. En este sentido, se debe señalar que el análisis de la novelística constituye el objeto científico de la crítica literaria, y no de la Geografía, por lo que la posible utilización por parte de los geógrafos de las fuentes literarias se reduce a la realización de una lectura muy interesada, sesgada y orientada a la vez. Ello no significa, en modo alguno, que la colaboración entre ambas disciplinas no deba realizarse y que, incluso, pueda resultar altamente positiva (Colom et al., 1978; Rovira y Navarro, 1994). Desde un punto de vista geográfico deben destacarse, al menos, tres principales aportaciones que puede extrarse del uso de las fuentes literarias en el conocimiento de los espacios urbanos.

1. Un primer hecho destacable es la utilidad de las novelas, por supuesto, junto a otras muchas fuentes de información, para conocer una ciudad concreta en un momento dado. En este sentido, cabe recordar lo que un personaje de los cuentos de Hoffmann, citado por Walter Benjamin (1892-1940), le dice a otro: «Tenías tus motivos para trasladar la escena a Berlín y nombrar calles y plazas. En cualquier caso, a mi modo de ver, nada tiene de malo en general el determinar con exactitud el escenario de la acción, pues gracias a ello el conjunto adquiere una pátina de veracidad histórica que siempre puede socorrer a una imaginación perezosa, y también gana en vivacidad y frescura, en especial a los ojos de aquellos que están familiarizados con el lugar de la acción» (Benjamin, 1985). Se trata, de hecho, del uso literario de la ciudad como escenario. La concreción espacial que pretende dar verosimilitud a la acción literaria, es útil al estudioso, sobre todo, para el conocimiento de aquellas ciudades alejadas en el espacio o en el tiempo, sobre las que resulta, a menudo, difícil encontrar informaciones de cualquier otro tipo. En estos casos, el uso, paralelo a la lectura, de un plano de la ciudad de que se trate, sobre el que se van situando los distintos escenarios y ambientes descritos o mencionados (on camera u of camera, como definiera con símil cinematográfico y para el Madrid del siglo xix, Anderson, 1985), contribuye a la comprensión de la acción de la novela, a la vez que permite delimitar los lugares no descritos para valorar su posible importancia. A menudo, la contrastación con otras fuentes, estadísticas, cartográficas o documentales, por poco que se valide la impresión que se ha extraído de la descripción literaria, permite reafirmar su utilidad como descripción tout court. Además, la parcialidad de la visión que se puede haber ofrecido es susceptible de ser matizada con el estudio del grado de vinculación o de la propia capacidad de observación y de descripción del autor de que se trate. Ya es clásico, en este sentido, el ejemplo de la lectura del artículo Zarauz en una obra teóricamente tan objetiva y desapasionada como el Diccionario geográfico, estadístico e histórico de España y sus posesiones de Ultramar (1846- Í850), que permite detectar el hecho que su autor, Pascual Modoz. (1806-1870), había realizado estancias en dicho municipio y que su descripción era, en buena parte, vivida.

2. Pero la ciudad en la novela no aparece tan sólo un escenario o un paisaje, como a menudo ha sido destacado, a pesar de la importancia innegable del hecho material de su plasmación territorial. La ciudad en las novelas puede ser también un ambiente o un estado de ánimo. Así, llueve y todo es de color gris o viejo, y los protagonistas están angustiados o son insignificantes, o van vestidos de negro, como en las visiones de la ciudad muerta (cf. Lozano, en Revira y Navarro, 1994); o, por el contrario, luce el sol, pasean jóvenes y el paisaje resplandece en argumentos eufóricos y vitales. Ello plantea la cuestión de que la ciudad es, antes que nada, sus propios ciudadanos, los hombres y mujeres que la habitan y la viven cotidianamente. En este sentido, cabe destacar el enorme interés de algunas buenas novelas urbanas como reflexión y, por lo tanto, como acercamiento al conocimiento del propio concepto de ciudad. En algunas obras literarias, destacados autores, ya por su profunda formación, ya por su fina sensibilidad, alcanzan a describir con vigor y claridad las características de la vida urbana y de sus problemas más importantes, lo que constituye, sin lugar a dudas, un testimonio fundamental para cualquier análisis urbano. Este hecho puede entrar en cierta contradicción con el anterior, ya que, en algunos casos, resulta difícil llegar a discernir con claridad cuando se está describiendo un ambiente o una personalidad concreta o cuando se está presentando un elemento genérico y global, en cierta forma, universalizable. Se trata del eterno problema entre lo general y lo particular, entre lo local y lo global que la Geografía conoce bien en su experiencia. En cualquier caso, es indudable que la capacidad creativa de los artistas literarios constituye un elemento importante en la búsqueda de una definición de lo urbano, concepto que los científicos sociales de especialidades distintas aún no han alcanzado a definir y a delimitar de forma satisfactoria.

3. Finalmente, debe señalarse que las fuentes literarias, tanto las más periodísticas, como las de creación, constituyen un elemento muy destacado para la difusión de una determinada imagen de una ciudad. Antes de la expansión del cine, de la televisión y del vídeo, fue prácticamente el único elemento y aún hoy sigue siendo primordial, ya que los medios audiovisuales pueden falsear o recrear con facilidad (por razones de oportunidad o de presupuesto) los escenarios. Así la ciudad de Los Ángeles ha prestado sus escenarios a una gran cantidad de películas estadounidenses, incluso algunas que sucedían teóricamente en otros lugares, como Soilen Green, por ejemplo, que debía acontecer en New York; incluso adaptaciones de novelas famosas han recreado escenarios, como la versión cinematográfica de La insoportable levedad del ser, de Milan Kundera (1929), que escogió los barrios industriales del arquitecto Tony Gamier (1869-1948) en Lyon para representar a la barroca y bella ciudad de Praga. Sirva esta referencia también para señalar como los medios audiovisuales son, muy a menudo, derivados de la literatura. Por ello, resulta altamente interesante el análisis y contraste de las descripciones literarias con otros datos de la realidad urbana, extraídos de fuentes de información más convencionales, para investigar qué intereses, qué sectores urbanos son reflejados y resaltados o marginados y criticados. El novelista, como la mayor parte de los intelectuales, se halla inmerso dentro de la realidad social y, de forma voluntaria o involuntaria, sirve a unos intereses que se concretan en prácticas y políticas urbanas que constituyen el objeto primordial de estudio de la Geografía urbana. En este sentido, pues, el estudio de las imágenes que se crean, el análisis de su mayor o menor difusión, resulta totalmente fundamental para el conocimiento también de las políticas urbanas.

Desde el punto de vista metodológico, el uso de los textos literarios permite aproximaciones diversas. A pesar del carácter cualitativo de la fuente, se ha utilizado incluso técnicas de cuantificación, cercanas a la bibliometría (Anderson, 1985). Más a menudo se usan técnicas cualitativas que pretenden sistematizar las informaciones y opiniones sobre la ciudad, con el uso, siempre que sea posible, de mapas, reales o virtuales. En este sentido, sigue siendo muy útil el esquema presentado por Joan Vilagrasa organizado en tres conceptos principales; los personajes y sus lugares, el espacio y el tiempo y los novelistas y sus lugares (Vilagrasa, 1988).

Imágenes, planeamiento y política urbanos y vida cotidiana de la ciudad y de sus ciudadanos constituyen así realidades sociales distintas que cabe conocer separadamente y en sus mutuas interrelaciones en las fuentes literarias para poder acercarse con mayor rigor y profundidad al conocimiento general de la ciudad. Esto, al menos, es lo que se lleva intentando acerca de la ciudad de Barcelona desde hace algunos años, en una labor de investigación que ya ha producido algunos frutos (Carreras, 1985 y 1993, Benach, 1993).

 

LAS FUENTES LITERARIAS SOBRE LA CIUDAD DE BARCELONA

La literatura y el periodismo suministran especialmente información acerca de hechos históricos concretos, sobre sus interpretaciones y sobre sus consecuencias económicas, sociales, políticas y urbanas. Al mismo tiempo son fuente de información también sobre hechos más o menos legendarios, pero que pueden acabar, de una forma u otra, materializados en el paisaje urbano de la ciudad. Barcelona cuenta con una excelente tradición en este sentido, tanto literaria como estrictamente periodística, que se ha mostrado muy eficiente para la investigación urbana; en el mismo sentido cabría incluir los libros de memorias que cumplen un papel similar, como las Memòries (1954) del literato Josep M.a de Sagarra (1894-1961), o la más reciente Mis memorias (1994) de Josep M.a de Porciones (1904-1993), que fuera controvertido alcalde de la ciudad entre 1960 y 1973.

En lo literario, cabe destacar una obra pionera, la antología que publicó, en 1957, Carles Soldevila (1892-1967), donde reúne algunos cientos de fragmentos de textos de autores y épocas distintas, junto a ciento cincuenta cuadros e ilustraciones de paisajes urbanos. Más recientemente aún, el periodista y cronista oficial de la ciudad Lluis Pennanyer (1939) ha publicado un libro de gran difusión, que recoge más de 400 citas literarias sobre la ciudad de Barcelona, extraídas, tan sólo de obras de autores no catalanes, españoles y extranjeros (Permanyer, 1993). Veintiséis años separan ambas obras, que responden a momentos muy distintos y contrastados de la historia de la ciudad, pero dan testimonio de la importancia de este tipo de informaciones novelísticas para el mejor conocimiento de la ciudad.

Los archivos privados, personales o de periódicos y revistas de tema barcelonés, aportan también una gran cantidad de detalles para la profundización de los conocimientos sobre la ciudad, aunque su consulta siempre resulta fragmentaria y puntual; el peligro de mezclar anécdota y categoría o de derivar hacia informaciones colaterales y farragosas son los riesgos más normales en el uso de este tipo de fuentes. Así, por ejemplo, las guías del ocio que se publican semanalmente, de forma separada o insertas como suplemento de algunos diarios[1] presentan información cumplida, aunque no exhaustiva ni ajustada a baremos objetivables, sobre la irradiación cultural en su sentido más amplio de ocio y diversión de Barcelona. Lo mismo podría decirse de otras informaciones periodísticas, aparentemente deslavazadas, como las esquelas mortuorias del Diari de Barcelona, para el siglo xix, o de La Vanguardia, para el siglo xx, que permiten una cierta reconstrucción de la historia familiar de las élites urbanas, así como estudios sobre morbilidad y mortalidad, incluso.

A partir de todo ello, se presenta a continuación una visión personal de la evolución de la imagen literaria de la ciudad de Barcelona, más analítica que antológica y en conexión con interpretaciones más generales realizadas anteriormente (Carreras, 1988 y 1994).

 

LA CIUDAD EN LA LITERATURA CATALANA: EVOLUCIÓN Y PERSPECTIVAS

Una consideración muy generalizada de la tierra (suelo rústico productivo, pero también suelo urbano) como valor fundamental, así como una cierta imposición de la tradición rural, el llamado pairalisme, como defensa de las raíces culturales ancestrales, que jugó un papel esencial en el catalanismo político, han contribuido muy posiblemente a retrasar la aparición de la literatura urbana en Catalunya, que, lógicamente, tenía que ser esencialmente barcelonesa. Ello contrasta más con el hecho de que la llamada revolución industrial, que traería aparejada la expansión del mundo urbano, se había iniciado desde principios del siglo xviii, centrada en la ciudad de Barcelona.

Las obras dramáticas y los grandes poemas de la Renaixença, a pesar de haber sido escritos o divulgados, sobre todo, en el ámbito de una Barcelona industrial, eran predominantemente ruralistas. Los dramas de Frederic Soler, más conocido como Serafí Pitarra (1839-1895), entre los que destaca especialmente El ferrer de tall, de 1874, o los de Ángel Guimerá (1845-1924), entre los que cabe señalar Terra Baixa de 1897, se ajustan plenamente a este modelo. Incluso la temática de los poemas de Mossén Cinto Verdaguer (1845-1902), a pesar de la magnífica excepción que supone su famosa Oda a Barcelona (1883), es romántica y rural. Puede encontrarse, incluso, escritores que pueden definirse claramente como antiurbanos, como Rafael Nogueras i Oller (1880-1949), quien en su poema El carrer del migdia (1905) podría decirse que alcanza a redactar una oda contra Barcelona.

Pero también en la novela, que es el género urbano por excelencia, puede encontrarse un espíritu muy similar. Baste recordar, en este sentido, el espíritu rural y pagés (rústico o campesino) de narradores tan destacados y diferentes como los gerundenses Catalina Albert, más conocida como Víctor Català (1873-1966), cuya obra más representativa es Solitut de 1905, o el prolífico Josep Pla (1897-1981), uno de los mejores geógrafos de la literatura catalana, como muestra su guía de Cataluña, publicada en castellano por primera   vez en 1961. Incluso Narcís Oller (1846-1930), en su vibrante La febre d'or (1890-92), llevada al cine por Televisión Española recientemente, donde describe de forma admirable la Barcelona de finales del ochocientos, consigue hacer pasar una moraleja totalmente ruralizante, en la que se concluye que la propiedad de la tierra constituye el único valor seguro; sus otras obras ya son claramente rurales, como L’escanyapobres de 1884.

Los relatos en los que la ciudad es tratada ya de forma positiva se iniciaron con algunos autores importantes, aunque relativamente marginales dentro del panorama general de la literatura catalana. Un primer caso a destacar es el del polifacético Santiago Rusiñol (1861-1931), marginal por su originalidad artística, quien en su famosa novela L’auca del Senyor Esteve, del año 1907, adaptada posteriormente al teatro, no sólo realiza una de las más ácidas y mejores críticas de la figura del botiguer (comerciante o tendero) barcelonés y catalán, sino que, además, consigue una descripción muy viva de buena parte de la vida cotidiana de Barcelona, especialmente del barrio de la Ribera, a finales del siglo xix. Un segundo caso a destacar es el del poeta Joan Salvat Papasseit (1894-1924), cuyas obras son claramente urbanas y plenamente del siglo xx, en las que describe de forma especial los ambientes del puerto y de la vieja Barceloneta, sus barrios vividos, destacando entre todos,         su conocido poema Nocturn per acordió. Igualmente marginal, por el hecho de ser mujer, aunque de la clase alta (McDonogh, 1988), pude considerarse a Dolors Monserdà (1845-1919), quien en su principal novela, La Fabricanta, de 1904, describe con amor y detallismo los ambientes obreros de la ciudad vieja.

Los escritores posteriores, encuadrados en lo que se denominó noucentisme[2] realizaron ya una clara y decidida profesión de fe civil y urbana. Así, el poeta Joan Maragall (1860-1911), abuelo del alcalde de la Barcelona'92, escribió en 1911 una de las más bellas obras dedicadas a la ciudad en su Oda nova a Barcelona, donde se muestra toda la compleja contradicción de la vitalidad urbana. Como otros poetas coetáneos y también finamente urbanos, como Joscp-Vicenç Foix (1893-1986), Josep Carner (1884-1970) o Clementina Arderiu (1889-1976). Al mismo tiempo, el ya citado Carles Soldevila, sobre todo bajo el pseudónimo de Myself, se dedicó a la ardua tarea de educar a sus compatriotas catalanes en la llamada, no por casualidad, urbanidad, al repertoriar las normas de comportamiento de la vida en la ciudad: cómo hay que redactar una carta, cómo hay que comer con buenos modales, cómo debe comportarse un joven bien educado. La Guía de Barcelona de Soldevila, publicada en ocasión de la exposición internacional de 1929 no tiene desperdicio alguno en cuanto a los criterios de gusto acerca de la ciudad. Podría decirse que el propio Eugeni d'Ors (1881-1954) o Jaume Bofill (1878-1933) jugaron un papel en el mismo sentido, aunque a un nivel mucho más culto, e incluso filosófico, como Carles Riba (1893-1959), en su profesionalización en el estudio del mundo clásico, o Pompeu Fabra (1868-1948), en su labor de normalización lingüística. Incluso el ya citado Josep Pla, quien a pesar de su carácter rústico y desconfiado, muestra una clara identificación con el espíritu del nuevo siglo, habiendo escrito alguna obra sobre Barcelona que ha proporcionado informaciones e intuiciones muy importantes, como se ha mostrado en otras publicaciones (Carreras, 1993). Aunque en una categoría inferior, el hijo de Narcís Oller, Joan Oller i Rabassa (1882-1971), publicó en 1930 una gran novela urbana dedicada a los años treinta, de gran conflictividad social, obra que consignó dar nombre a toda aquella época: Quan mataven pess carrers.

A pesar de encarnar la cultura oficial de la Mancomunitat catalana, hay que recordar que buena parte de estos autores noucentistes han sido muy discutidos dentro de la cultura catalana tradicional, especialmente, d'Ors y Pla (Trías, 1984). Ello se ha plasmado en la dificultad para incorporar el noucentisme, en general, en la corriente de ideas en Cataluña[3] y en el citado retraso de la propia literatura urbana.

Después de la llamada guerra de España (1936-1939), la ciudad de Barcelona ha conseguido ir ocupando progresivamente el lugar que le correspondía en la literatura catalana o que se publicaba en Cataluña. La ruptura que supuso la guerra y, sobre todo, su dramático final, constituye una clara ruptura también, tanto en el papel de la ciudad, como en la propia continuidad de la cultura.

En lengua catalana merecen destacarse las obras de autores exiliados fuera de España durante largos años,[4] como la escritora Mercè Rodoreda (1909-1983), con libros tan conocidos como La plaça del Diamant (1962) o El carrer de les Camèlies (1966), o como Víctor Mora (1931) que sobresale por su libro Els plàtans de Barcelona (1972), o como Pere Calders (1912-1994) y algunos de sus innumerables y sabrosos cuentos. Pero, en general, la mayor parte de las novelas de tema barcelonés han sido escritas en lengua castellana, lo que ha facilitado su difusión internacional, a la vez que originaba el debate sobre la validez del dialecto catalán del castellano y permitía mantener la hipótesis de la marginalidad.

Cronológicamente hay que citar, en primer lugar, a Ignasi Agustí (1913-1974), que publicó su conocida saga histórica sobre la burguesía catalana: Mariona Rebull (1943), El viudo Rius (1944), Desiderio (1957) y 19 de julio (1965). También cabe recordar la pionera novela Nada (1944), de Carmen Laforet (1921), que conquistó el premio Nadal de aquel año.

Mucho más importantes son una serie de autores especialmente conocidos que tienen en común su nacimiento en la década de los treinta. En primer lugar, Joan Marsé (1933), que ha descrito de forma recurrente los barrios septentrionales de la ciudad (Gràcia, el Guinardó y el Carmel, especialmente) en una serie de novelas sobre el franquismo y el primer post-franquismo; tan sólo su famoso premio La muchacha de las bragas de oro (1978) ha escapado, y no del todo, del escenario barcelonés. En segundo lugar, Joan Goytisolo (1931), quien ha introducido en sus libros de memorias, sobre todo a partir de Coto vedado, en 1985, las vivencias sociales y urbanas de Barcelona. También el periodista y narrador Manuel Vázquez Montalbán (1939) que ha universalizado sus novelas barcelonesas de ladrones y policías, o que ha publicado diversas ediciones de su peculiar guía Barcelones; Vázquez Montalbán sigue siendo una de las escasas voces críticas de la izquierda en el panorama urbano de consenso actual. El más traducido, quizás, es Eduardo Mendoza (1939) que ha convertido la ciudad en una protagonista total, pasando de sus detectives antihéroes a la narración pseudohistórica de La ciudad de los prodigios, de 1986.

Narradores más jóvenes han desarrollado posteriormente una literatura sobre la ciudad de Barcelona, ya sin problemas ni complejos. En castellano, como José M.a Riera de Leyva (1934), que con intermitencias ha producido novelas de ambiente barcelonés, ligadas a la evolución social y política de la ciudad y de ritmo casi cinematográfico. En catalán también, como la malograda Montserrat Roig (1946-1992), o el popular Quim Monzó (1952), o Jaumé Cabré (1947), en el campo de las recreaciones históricas, o Pep Albanell (1945), cuya novela El Barcelonauta (1977), aunque menor, resulta una sencilla historia del enamoramiento hacia la ciudad de alguien que pretendía huirla y que puede constituir todo un símbolo de una recuperación tardía.

 

UN CASO ESPECÍFICO: EL BARRIO CHINO DE BARCELONA Y LA NOVELA NEGRA

Tratamiento aparte merecen una serie de autores, quizás de menor importancia literaria, pero que, a través del género negro, un género eminentemente urbano, hicieron de la ciudad de Barcelona y, sobre todo, de su llamado Barrio chino, el centro, escenario y ambiente de sus narraciones. Podría afirmarse, incluso, que el propio concepto de barrio chino, en el que no residió nunca chino alguno, fue inventado por estos autores y por ellos difundido por el extranjero, especialmente en Francia e implantado incluso en la conciencia de los barceloneses.

Este barrio industrial, de urbanización relativamente reciente, pero degradado, con funciones de ocio y entretenimiento, de lo que se ha dado en llamar vicio, ligadas, en buena parte, a la cercana actividad portuaria, y especialmente conflictivo durante los años de la euforia y del espionaje de la primera Guerra Mundial, fue denominado barrio chino a causa de su ambiente relativamente similar a las típicas chinatowns de las ciudades de la costa oeste de los Estados Unidos, entonces en boga.

El primero debió ser Francesc Madrid (1900-1952) en su pionera novela Sangre en Atarazanas (1920?), que alcanzó una gran difusión. Siguieron los autores franceses Francis Careo (1886-1958) o Pierre Marc Orlan (1882-1970), quien realizó una película sobre el barrio; también Joseph Kessel (1898-1972) constituye otro ejemplo foráneo sobre el tema. Incluso el homenaje a Cataluña del año 1938 de George Orweil (1903-1950) no viene a ser otra cosa que una crónica de los años de la revolución en el barrio de las Ramblas barcelonesas. Periodistas, policías y maestros locales han proseguido el género aún después de la guerra de España, entre los cuales merecen destacarse Tomás Salvador, José Antonio de la Loma (1924), más conocido por sus actividades como director de cine, Francisco González Ledesma o Raúl Núñez.

Como elementos culminantes de este tipo de literatura de barrio puede citarse al gran novelista mallorquín, Llorenç Villalonga (1897-1980), quien utilizó su ambiente en alguna de sus obras, como, por ejemplo, en Mort de Dama (1931). Igualmente, en la literatura francesa de postguerra merecen mención especial, la novela del español José Luis de Vilallonga (1920), de intencionalidad esencialmente política y la de André Pieyre de Mandiargues (1909), que une crítica política y marginación vital, ambas centradas en el ambiente de las Ramblas.

 

EL PERIODISMO URBANO, UNA ESPECIALIZAC1ÓN BARCELONESA

El periodismo urbano, en su sentido moderno, fue, sin duda, iniciado en Barcelona por Francesc Candel (1925), especialmente a partir de la publicación de su novela Donde la ciudad cambia su nombre (1957). Su línea reivindicativa de periodismo de denuncia, conectada directamente con los movimientos vecinales, ha encontrado una continuidad posterior en periodistas más jóvenes, en casi todos los periódicos de la ciudad, entre los que destacan Josep M.a Huertas (1939), Jaume Fabra o Rafael Pradas.

Hay que citar en este apartado también aquellos periodistas que desarrollan las llamadas crónicas urbanas, más cerca de la historia factual que de la reivindicación social. En este sentido, la ciudad de Barcelona tuvo su gran antecesor en el historiador romántico Víctor Balaguer, que hizo la historia y dio nombre a las calles de Barcelona, a la vez que publicaba las primeras guías ferroviarias de Cataluña, hecho indiscutiblemente urbano. Y en pleno siglo xx, cabe destacar nombres como los del prolífico Andreu-Avel·lí Artís (1908), más conocido por el pseudónimo de Sempronio, o del más joven y ya citado Lluis Permanyer, especializado en la historia del Eixample.

 

A GUISA DE CONCLUSIONES: LAS IMÁGENES LITERARIAS DE LA CIUDAD DE BARCELONA

Barcelona, como el conjunto de Cataluña, se mueve entre dos imágenes contrastadas, de la conflictividad y la rebelión a la laboriosidad, la eficacia y el ocio. Por un lado, se ha difundido internacionalmente la ciudad roja: obrera y anarquista, conflictiva y revolucionaria (de la primera huelga proletaria de 1854, de las bombas del corpus o del Liceo, de la semana trágica o de los levantamientos de octubre, de la huelga de tranvías de 1951), y vanguardista en lo cultural (de Picasso y de Miró, o del Dau al set o de la escuela de cine de los años 1960). Por otro lado, ha aparecido la ciudad rosa, de la creatividad y la laboriosidad, cosmopolita, con energía, vitalidad, y clima mediterráneo y acogedor, con un patrimonio histórico y cultural rico que, a través del diseño, se conjuga con la modernidad. Estas últimas ideas son difundidas por la Literatura, y la política urbana se ha encargado de utilizarlas, difundirlas y fomentarlas, e incluso de venderlas. Hoy la escuela de Barcelona que se impone es la de los arquitectos postmodernos, creativos y técnicos a la vez, que alternan tradición y progreso; a través de ellos es la propia ciudad, sus paisajes los que se venden en el mercado internacional (Moix, 1994). Una guía urbana de la ciudad ha constituido un best-seller en el mercado norteamericano, conocido por su pragmatismo comercial (Hughes, 1992).

 

Y esta política mercantil y el éxito de sus ventas se refleja en la coherencia social interior, que moviliza miles de ciudadanos voluntarios y a empresas y capital privado, que hace vibrar a los barceloneses con los esplendores y miserias de la Barcelona'92. Todo ello muestra la vinculación de literatura y realidad y la necesidad del análisis de todas las fuentes de información para interpretar nuestro territorio cambiante.

 


[1] En Barcelona, la Guía del ocio se publica todas las semanas desde el año 1977, mientras el Periódico de Cataluña ofrece otra todos los viernes.

[2] El propio nombre novecentismo denota la clara voluntad rupturista con el romanticismo y el modernismo del ochocientos.

[3] Testimonio de ello es el debate en torno a la exposición sobre el lema en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona de enero a marzo de 1995.

[4] Este hecho permitiría considerarlos aún dentro de una forzada marginalidad.

 

 

Josep M. Ramis dt., 15/05/2012 - 17:02

La ciutat llunyana: Barcelona i el nacionalisme català a començaments del segle XX

La ciutat llunyana: Barcelona i el nacionalisme català a començaments del segle XX

INTRODUCCIÓ

El primer punt que cal aclarir, tot i que resulta ben evident, és que l'autor no és historiador. Per tant, no només està al marge, sinó que desconeix el contingut dels debats que es deuen mantenir dins de la historiografia contemporània, fins i tot, de la catalana, els aspectes més formals i menys interessants dels quals només li han arribat, i encara fragmentàriament. En canvi, cal aclarir també que sempre ha sentit un gran respecte, tenyit fins i tot d'una certa enveja, cap als historiadors, sobretot pel rigor documental dels seus treballs de recerca. Els geògrafs difícilment poden oferir mai un aspecte de rigor comparable, atès el pes que l'observació, com a mètode de captura de la informació (amb la diversitat de tècniques quantitatives i qualitatives que implica), i la descripció, com a resultat més visible, tenen en els seus treballs de recerca. Observació i descripció se solen sobreimposar així a la cita documental (reduïda moltes vegades a simplement erudita) i substitueixen la narració que vol reconstruir els fets que explica.

Tot i que no és historiador, doncs, encara que format en Història general, l'autor arriba a aquest tema històric d'anàlisi del primer terç del segle XX català, a partir de dos interessos diferents i convergents. Un primer punt d'interès prové de la preocupació sobre l'aparent continuïtat de les grans línies de la política urbana de la ciutat de Barcelona tot al llarg d'aquest segle XX, malgrat les evidents ruptures que l'evolució històrica sens dubte ha suposat (Carreras, 1988b i 1993). Un segon punt d'interès prové de la dedicació a l'estudi de les causes possibles del retard en l'aparició de la idea i del concepte de ciutat en la literatura catalana (Carreras, 1988a i 1995).

A partir d'aquest doble interès, el que es pretén en aquesta ponència és una primera aproximació bibliogràfica i literària a algunes de les idees que sobre camp i ciutat es formulen en el període d'estudi. Aquesta aproximació, a més, és completada amb un primer esquema de treball de geografia històrica sobre la Catalunya del primer terç del segle, sobretot a partir de l'obra de Pau Vila, un dels principals exponents del Noucentisme en el camp de la Geografia, moviment cultural o ideològic que té un gran protagonisme en aquesta ponència.

Unes grans preguntes guien aquesta aproximació, que haurien de convertir-se en veritables hipòtesis de treball per al debat i per a la recerca posterior, més aprofundida. Aquestes hipòtesis prèvies, d'altra banda ben conegudes i evidents, tenen com a funció principal explicar el fil de les idees que constitueixen la ponència i podrien formular-se així:

a) el (re)naixement del nacionalisme català reposa sobre un fons ideològic essencialment ruralista, sorgit d'una certa convergència contradictòria entre la tradició catòlica (amb el carlisme com a rerafons) i la reacció naturalista de caire romàntic, ambdues despertades en front del liberalisme urbà i industrial;

b) el primer nacionalisme hauria estat essencialment literari i cultural, cosa que atorgà un paper molt rellevant (i de vegades conflictiu) a alguns intel·lectuals en les seves formulacions més polítiques;

c) el Noucentisme hauria estat el moviment cultural i polític que explícitament integrà ja la construcció nacional i la urbanització de la societat i del territori de Catalunya.

En la ponència, després de la formulació d'alguns problemes generals que ajuden a explicar les dificultats conceptuals i metodològiques de l'anàlisi que s'aplica, es tracta de desenvolupar amb un cert detall les tres hipòtesis enunciades. Seguidament es contrasten aquestes hipòtesis amb la interpretació de la realitat de la vertebració territorial del moment, per acabar formulant unes primeres conclusions provisionals.

 

UNES PREMISSES GENERALS

A nivell teòric general, cal destacar, en primer lloc, la qüestió de les relacions entre canvi i continuïtat i les seves conseqüències. Com s'ha dit, estudiant la política urbana de la Barcelona contemporània apareix ben destacada una llarga continuïtat de les seves línies vertebradores. Tant la internacionalització de la ciutat, que significa una assumpció explícita del seu paper de segona ciutat espanyola, sense disputa a la posició de Madrid, com les seves estratègies de concertació de les oligarquies locals entorn de l'ajuntament i de consens social general es troben ja formulades des dels inicis de la, segona meitat del segle XIX. Ha esdevingut tradicional adduir l'organització de grans events com a testimoni indiscutible de la continuïtat d'aquesta política (Carreras, 1988b). En paral·lel, igualment, ha estat trobada una llarga continuïtat als moviments (de protesta obrers i populars a Barcelona des de la primera vaga general del 1854 (Roca). Però si les línies de continuïtat es destaquen clarament en estudiar el període llarg d'aquesta darrera centúria i mitja, en canvi, en eixamplar l'escala d'estudi només a trenta anys, els canvis i les ruptures apareixen molt més evidents. Igualment, el biaix territorial de l'enfocament geogràfic, donada la seva materialitat, reforça ben possiblement aquesta idea de continuïtat, mentre que el biaix social i encara més el polític dels historiadors, reforçaria les idees de canvi i de ruptura o, al menys, de variabilitat.

Un primer problema important per emmarcar aquesta ponència que es deriva del predomini aparent del canvi és el que es planteja de la necessitat d'establir una cronologia clara i explicativa. A nivell local, les eleccions municipals del 1901, la constitució i dissolució de la Mancomunitat o la proclamació de la República fragmenten d'una manera notable el període en etapes diferents i contrastades. D'altra banda, a nivell general, la guerra europea i, sobretot, la seva postguerra, constitueixen una ruptura econòmica i política molt important que mig parteix també tota aquesta època. Per a interpretar una qüestió tan genèrica com la de les relacions camp-ciutat, o, millor encara, la de la vertebració urbana del territori de Catalunya, d'acord amb les hipòtesis i el mètode de treball que han estat triats, aquesta segona cronologia general sembla molt més adient. D'aquesta manera, l'any 1920 podria ésser identificat com una frontera que marca la inflexió fonamental entre un moment i altre d'aquest primer terç del segle XX català.

Així, i seguint les conclusions de l'estudi de Jordi Casassas, podria establir-se una primera periodització cronològica, sempre tan arbitrària com fàcil de resoldre:

a) un primer període, definit com el de les elits intel·lectuals i professionals sense masses, que aniria del 1850 al 1888, i que constitueix una veritable prehistòria de l'època estudiada, quan es produïren les principals aportacions teòriques al nacionalisme;

b) un segon període, seria el de les elits amb les masses, des del 1888 fins al 1920; i

c) finalment, el tercer període, a partir del 1920, seria el de l'adveniment de les masses que abocà directament a les convulsions dels anys 1930.

Un segon problema, potser més important encara, i que reforça clarament el predomini aparent del canvi, és el de les ruptures socials que en gran manera protagonitzen aquest primer terç del segle XX català, tot amagant i distorsionant altres qüestions (Massana i Roca). La Setmana Tràgica, la repressió de la primera dictadura, la proclamació de la República i l'esclat de la guerra d'Espanya en són, sens dubte, les fites dramàtiques culminants. La violència al carrer, la vaga general del 1902 o la de la Canadenca del 1919 són també algunes de les moltes manifestacions d'una crispació social que permeté que uns anys d'aquesta època fossin batejats com «quan mataven pels carrers».[1]

Aquestes convulsions socials poden integrar-se en una continuïtat si són interpretades com una manifestació normal en la via de la modernització de la societat barcelonina i catalana, ja que serien coherents amb els intents d'adaptació a les transformacions que imposava arreu el desenvolupament normal del capitalisme. Convulsions que, a més, esdevingueren més complexes i violentes a Catalunya, al menys, per la coincidència de tres fets importants i diferents.

Primer, el lògic reaccionarisme patronal, d'arrels carlines i ultramontanes en molts casos, que ni saberen contextualitzar el conflicte, ni encara menys aplicar els pedaços socials que els seus companys de classe europeus en molts de casos intentaren, restant moltes vegades en una oscil·lació quasi constant entre la por i el paternalisme. Efectivament, els més sensibles dels propietaris industrials serien els que aplicaren un paternalisme exagerat, més propi de l’Antic Règim que de l'època industrial, com demostren els casos de les colònies de riu (Terradas, 1979) o del funcionament tradicional de La España Industrial de Sants (Carreras, 1980a).

Un seqon fet a destacar és el gran minifundisme empresarial que, ultra explicar la debilitat de la posició individual dels propietaris –cosa que podia accentuar les seves pors– originava una mà d'obra dual: una part, només ocupada temporalment i abocada a prendre actituds més revolucionàries que l'altra, enquadrada en nòmines i sindicats pactistes, i de vegades menys majoritària (Maluquer, 1977).

Finalment, un tercer fet destacat és l'impacte de la neutralitat espanyola en la Guerra europea sobre l'augment de la demanda industrial i l'efímera eufòria que creà, juntament amb l'actuació de l'espionatge i sabotatge internacionals moguts pels fíls de la guerra que ajudaren a radicalitzar els conflictes laborals.

Les conseqüències socials i polítiques d’aquestes convulsions, a més, acabaren resultant molt amplificades, exagerant sens dubte l'efecte rupturista i de canvis, per una coincidència d'altres factors diversos. Un primer factor té a veure amb l'escala geogràfica, ja que la petitesa del país i de la societat acostumen a actuar com una caixa de ressonància molt més gran. En aquest sentit podria interpretar-se que fossin molt poques les veus que s'alçaren en defensa dels drets humans entre la burgesia barcelonina i que les que ho feren fossin callades; això és el que s'esdevingué amb el famós article de Joan Maragall, «La ciutat del perdó», que La Veu de Catalunya no pogué publicar el 10 d’octubre de 1909. Tampoc cal oblidar que augmentava aquests possibles efectes de la migradesa del país la relativa anormalitat que representava Catalunya dins del conjunt espanyol, tot amplificant les pors i dubtes d'uns empresaris que havien de pactar necessàriament dins de l'Estat arnb agents i persones que defensaven idees i interessos ben contradictoris als seus. Finalment, tampoc pot menystenir-se la ressonància magnificadora que els conflictes barcelonins tingueren a la premsa i la literatura, fins i tot internacionals, que arribà a crear mites com el del barri xino i imatges com la de la Barcelona roja (Carreras, 1995).

A més dels problemes teòrics que presenta la continuïtat aparent front a la variabilitat i els canvis, cal destacar també un problema d'informació, no només documental, sinó també argumental per tal d'analitzar l'evolució dels fets en aquesta època. Potser a causa del citat desconeixement bibliogràfic disciplinar,[2] cal remarcar una escassa tradició a Catalunya en els estudis sobre l'evolució de les idees i de les mentalitats.[3] Potser podria fer-se una excepció amb l'excel·lent monografia d'Ignasi Terradas sobre el Cavaller de Vidrà, referida però a una època ben anterior (Terradas, 1987). Sobre el paper dels intel·lectuals i dels professionals hi ha la ja citada recerca de Jordi Casassas. Hi ha alguns estudis, en canvi, sobre partits polítics i sobre institucions socials diverses (Molas i Riquer; Balcells; Cabana; Nadal i Sudrià). Més escassa és encara la bibliografia sobre la geografia històrica de Catalunya, malgrat l'abundància documental de què es disposa; intentada algunes vegades en forma d'aproximació (Carreras, 1980b), cal destacar-ne alguns treballs específics per al segle XIX, prehistòria d'aquest moment o per períodes més llargs (Oliveras; Font).

 

UNS PRECEDENTS: LA INDUSTRIALITZACIÓ DEL TERRITORI

A partir d'aquesta documentació bibliogràfica escassa i d'una recerca relativament poc especialitzada en aquest camp, per tal d'intentar aplicar la cronologia establerta, s'avança ja aquí una primera interpretació. En aquest sentit, s'ha vist que calia definir les grans línies de la vertebració del territori català a l'època anterior a l'estudiada, ja que en poden condicionar d'alguna manera la seva evolució.

El primer fet territorial que cal destacar és que la ciutat de Barcelona ha exercit quasi sempre el seu paper de dinamitzador i catalitzador de les energies demogràfiques i econòmiques de tot Catalunya; això vol dir que, d'alguna manera, ha fet funcions de capitalitat. Aquestes funcions han estat mantingudes fins i tot durant els llargs cent quaranta-quatre anys, amb una quasi total continuïtat,[4] de vigència administrativa exclusiva de la divisió provincial espanyola. Aquest fet és més remarcable ja que l'organització provincial elevà a la mateixa categoria de Barcelona les ciutats de Girona, Tarragona i Lleida, sense establir cap necessitat de relació entre elles, i les connectà directament amb Madrid, com a seu central de l'administració de l'Estat.

Sense minva d'aquesta funció de capital de la ciutat de Barcelona ni de la seva dinàmica, entre els anys 1850 i 1888, es donà un procés important de difusió de la industrialització cap a una part important de la resta del territoria de Catalunya. Aquesta difusió a partir del nucli barceloní fou especialment sensible a les comarques del litoral i del prelitoral.[5] A més de les instal·lacions industrials mateixes, la inversió de capitals en la millora de l'agricultura també va començar a ésser molt important, cosa que significà una primera gran capitalització del camp, accelerada encara arran de la solució a la crisi de la fil·loxera (1879-1900). En aquesta direcció, cal destacar algunes obres ben significatives, com les de la construcció del Canal d'Urgell (1861), la bonificació del delta del Llobregat (amb el Canal de la Infanta, el 1819, o el Canal de la dreta del riu, el 1855), i del de l'Ebre (el Canal de la dreta és del 1870 i el que l’esquerra del 1908), o com les de la construcció del Canal d’Aragó i Catalunya (1909). Igualment s’aprofità la llei de colònies agrícoles del 1855, per a la difusió de les anomenades fàbriques de riu, les colònies industrials, a partir del 1880, fet molt important ja que reforçà una certa redistribució territorial de la indústria. Finalment, cal recordar també que durant el mateix període fou completada la xarxa ferroviària catalana històrica, que només marginava nou de les trenta-vuit comarques del 1932.

Un segon element fonamental per explicar els canvis territorials és que aquesta època fou també la de les grans migracions interiors catalanes; aquests anys es produí l'èxode rural que buidà el camp català a favor de bona part de les capitals comarcals i, sobretot, de Barcelona.[6] Aquest fenomen demogràfic tradicional, a més, afectava tots els estrats de la societat catalana, pobres i rics,[7] i no pot oblidar-se que probablement contribuí en gran part a reforçar els llaços de la unitat catalana i que, per tant, constituïa un element molt favorable per al nacionalisme naixent. Per altra banda, cal constatar també que aquest buidatge demogràfic del camp català en millorava quantitativament la seva situació relativa, ni que fos de forma temporal. Capitalització i buidatge del carnp alhora ajudaren a fomentar la idea horaciana clàssica de la calma i de la serenitat rurals que s'integrava ràpidament en l'imaginari col·lectiu dels habitants de les ciutats, com enyorament del lloc d'origen reforçat per la difusió de les idees romàntiques.

En conjunt, doncs, cal concloure que aquests fets diversos, i d'altres de significació menor, col·laboraren a estructurar una Catalunya urbana, sobre un fons rural dinàmic en consonància amb l'evolució dels països europeus més avançats.

 

LA CONTRADICCIÓ DE LES IDEES: LA TRADICIÓ CATALANA

La vertebració urbana del territori que, com s'ha vist, s'hauria consolidat durant el període anterior, obligava a un canvi de mentalitat dels ciutadans de Catalunya. La tradició catalana que fou defínida el 1892 per un dels qui esdevingué pilar fonamental del catalanisme, el bisbe de Vic Josep Torras i Bages (1846-1916), traspuava un ruralisme profund. Aquest ruralisme tradicional entroncava amb l'indefinit pairalisme, conjunció dels valors rurals i familiars que es consideraven cristal·litzats en la continuïtat del camp català i, sobretot, la de la seva unitat bàsica, el mas. En el mateix sentit, també, pot adduir-se un exemple ben divers, que per això crida més l'atenció. El fet que un autor com Josep M. de Sagarra (1894-1961) en les seves memòries dediqui les 167 primeres pàgines a narrar la història de totes les branques de la seva família no és sinó una altra mostra de la importància que es confereix al pairalisme, en aquest cas el propi.

La posició d'aquestes idees del bisbe Torras i Bages, com les del seu predecessor Jaume Balmes (1810-1848), és relativament contradictòria, potser en consonància amb una època de canvis com la que visqueren,[8] i dels quals ambdós eren ben conscients. Aquests il·lustres prelats intentaven conciliar la conservació del patrimoni ideològic de l'església catòlica, encara plenament normativa en els seus dogmes, amb la rnodernització d'una moral que calia adequar als temps contemporanis. Pel que fa a Torras, conegut pel seu mai explicitat «Catalunya serà cristiana o no serà», l'esforç recaigué en la defensa de la doctrina social de Lleó XIII i d'un cert nacionalisme català. El paper de l'església, o millor dit, d'alguns dels seus clergues, ha estat molt important en tota la història de Catalunya; més encara en aquells temps, quan els capellans formaven part de les elits il·lustrades, o, al menys, educades, que eren minoritàries en la seva societat. Mossèn Cinto (1845-1902) en seria possiblement un dels representants més coneguts, juntament amb d'altres com mossèn Antoni M. Alcover (1862-1932), en el camp de la fílologia, o com el canonge Jaume Almera (1845-1919) o mossèn Norbert Font i Sagué (1874-1910), en el de la geologia. Mossèn Cinto hagué de viure de forma dramàtica els conflictes de la religiositat popular i alhora fou el major representant de la poesia catalana de la Renaixença[9] i el gran animador dels Jocs Florals de la nova època.

Els Jocs Florals restaurats a Barcelona el 1859, a petició d'alguns intel·lectuals a l'ajuntament, foren una de les expressions més clares i populars de medievalisme i de romanticisme alhora. En la reivindicació i manteniment dels Jocs Florals es volia propagar l'ús i millora de la llengua catalana, tot recuperant una tradició medieval en la que, sens dubte, pesà la influència del moviment felibritge de Frederic Mistral (1830-1914). Aquest medievalisme era d'alguna manera també una reivindicació del passat preindustrial, per tant necessàriament ruralista, alhora que permetia somniar en una recuperació del passat imperial català, cosa que el connectava amb el nacionalisme naixent. Un esperit molt similar a aquest és el que culminà en l'estètica del Modernisme, tant en les versions més civils de Lluís Domènech i Montaner (1850-1923) o de Josep Puig i Cadafalch (1867-1957), com en les més religioses d'Antoni Gaudí (1852-1926). En són, entre d'altres, mostres ben evidents les abundants cimeres del rei En Jaume, amb el seu famós rat-penat, les formes goticitzants i islamitzants predominants, o l'ús d'arts decoratives, com els treballs de ferro o la ceràmica, que, en gran part, servien per dissimular les estructures industrials dels nous edificis, que empraven ja el ferro com element estructural i incorporaven els ascensors i altres avenços tècnics contemporanis.

Tot plegat pot ésser una expressió de la mateixa contradicció dels mecenes comercials i industrials que finançaven aquests artistes per a la construcció de les seves residències. Es tractava d'empresaris liberals, emmirallats en el passat medieval, que maldaven per construir el futur i havien de pactar amb una oligarquia espanyola molt més reaccionària que no ells. Aquest fet explicaria que tendissin a immobilitzar una bona part dels seus beneficis industrials en inversions fundiàries, urbanes o rurals, de tipus rendista, o en les de simple luxe.[10]

La literatura de moda també era en conseqüència decididament ruralista; tant el lirisrne de la poesia romàntica, com el dramatisme de la modernista tenien un fons rural. El teatre, però, fou el gran popularitzador d'aquest esperit romàntic i patriòtic, tan ruralista, almenys aparentment; en canvi, l'altre art popular, la sarsuela, tot i ésser en part catalana[11] era decididament espanyolista. El teatre mantenia la facilitat nomotècnica del vers per a ésser fàcilment après i repetit, però afegia la fascinació de la representació escènica que li donava major legibilitat i, per tant, una popularitat més gran. Per aquesta raó, els autors dramàtics pogueren exercir, d'alguna manera, una pedagogia activa de les seves idees nacionalistes, amb aquest rerafons tradicionalista i ruralista, alhora, tot donant forma concreta al que s'ha anomenat període de les elits amb les masses (Casassas). Tant El ferrer de tall (1874), de Frederic Soler (1839-1895), més conegut com Serafí Pitarra, com Terra baixa (1897) d'Àngel Guimerà (1845-1924) són veritables drames rurals; com rural és també l'ambient del Vallespir de l'opereta Cançó d'amor i de guerra, que fou estrenada al Paral·lel de Barcelona, encara el 1926.

També la novel·la, gènere literari urbà per naturalesa, fou a Catalunya d'ambient ruralista. Fins i tot les obres de Narcís Oller (1846-1930), el gran novel·lista català, s'han de classificar així, sigui L'escanyapobres (1884) o, fins i tot, La Papallona (1882) i La febre d'Or (1890-92), que tot i significar una excel·lent i documentada descripció de la vida barcelonina d'aleshores, contenen lliçons morals clarament ruralitzants. Molt més evident s'esdevé aquest fet amb les novel·les que foren fites de la narrativa del moment, tant diverses entre elles com Els sots feréstecs (1901), visió romàntica dels cingles de Bertí del modernista Raimon Casellas (1855-1910), o com Solitud (1905) de Caterina Albert (1873-1966), més coneguda com Víctor Català.[12]

Tot i que és indubtable el sentit del progrés i la voluntat de modernització en molts empresaris i intel·lectuals catalans del moment, els arguments a favor del manteniment de la tradició arribaven a assolir un pes prou significatiu. De fet, el que més devia comptar, com s'ha dit, era la reacció davant dels conflictes socials interns, en gran part deguda a un llast gens negligible deixat pel carlisme ambiental, i també davant d'alguns fets externs, com són ara els resultats de la guerra franco-prussiana que dugueren a la Guerra europea i a totes les seves conseqüències, sobretot la revolució russa. Si no pesava el carlisme, apareixia el corporativisme preindustrial, que tant fàcilment va saber casar amb el feixisme i el franquisme posteriors, com molt bé podria exemplificar, entre d'altres, el diputat lleidatà per la Lliga Eduard Aunós (1894-1967), que molt més tard escriuria un llibre en castellà sobre estampes urbanes.

El pes del fons religiós resulta bastant important en l'explicació de la perduració del ruralisme, cosa que semblaria confirmar les tesis més clàssiques del sociòleg alemany Max Weber (1864-1920) sobre l'origen protestant del capitalisme modern. No fou només el pes directe del clergat catòlic, del qual ja s'ha fet menció, sinó que també hi influí molt la recerca de l'austeritat i la simplicitat que externament encarnava la ruralitat; en política, fou sobretot la lluita contra la corrupció dels administradors, simbolitzada en els cacics tradicionals explotadors dels pagesos[13] i en els republicans anticlericals enemics clàssics del catalanisme.

Una certa por a la llibertat de pensament devia inspirar també la malfiança proverbial cap als intel·lectuals, que podria ajudar a explicar conflictes com el de l'expulsió d'Eugeni d'Ors (1881-1954), Xenius, de l'Institut d'Estudis Catalans. Si no era directament el pairalisme, com estimació del paper de la família extensa tradicional vertebrada en torn de la propietat rural, fou la consideració del major valor de la terra, al menys el que dugué a la tendència ja comentada cap a una certa immobilització del capital en inversions fundiàries, tant urbanes, com rurals. Una conseqüència econòmica destacada d'aquesta actitud econòmica seria la debilitat quasi crònica del sistema financer català. El predomini del petit estalvi i dels plans de pensions no només era una política d'integració i d'estabilitat social (Nadal i Sudrià), sinó també una manca de gust pel risc que no va ajudar gens a desenvolupar un capitalisme dinàmic; aquest fet és només en part explicable pel fracàs del sistema d'accions de les companyies ferroviàries que tan afectà la societat catalana i que tan bé descriu la novel·la de Narcís Oller sobre el període de la febre d'or. El mateix lema del Banc de Barcelona era prou expressiu d'aquesta actitud: «el banc de l'exquisida prudència». Com significatiu també fou el pla de salvament després de la fallida del 1920 que preparà l'advocat i historiador Francesc Carreras Candi (1862-1937)[14] que pretenia reinventar els consolats de mar medievals, amb l'obertura de sucursals a unes ciutats que ja no podien tenir interès econòmic per a cap inversor europeu. Francesc Cabana, que pot ésser considerat el biògraf del banc, definí ben clarament la significació de la fallida, com actitud financera i com a posició social: una bomba llançada per la burgesia a la societat catalana contemporània (Cabana, pp. 170-181).[15]

 

LA CONTRADICCIÓ DE LES IDEES: EL NOUCENTISME

El noucentisme apareix una mica com a reacció a alguns dels excessos del modemisme, tot reivindicant un canvi de l'estètica i de les idees dominants per adaptar-se al nou segle, el nou-cents, que li dóna nom.[16] Una de les característiques que aquí es vol destacar del noucentisme és la seva vindicació i la seva voluntat de construir una societat urbana a Catalunya i en diversos aspectes. El catalanisme apareix aquí, sobretot, com una expressió de modernitat (Casassas, 1989) i el model, més que no el passat, comença d'ésser l'Europa contemporània. Un factor gens negligible d'aquesta europeïtzació fou la mateixa Guerra europea, l'esclat de la qual dividí els intel·lectuals (així com a bona part de la societat, que aleshores llegia els periòdics més que no ara, malgrat els majors índex d'analfabetisme) entre germanòfils i aliadòfils. Aquest fet va situar les guerres de campanar tradicionals, que lògicament seguiren existint, dins de tota una altra perspectiva, força més general.

Per primera vegada sembla haver-se format un pla d'acció més o menys explícit, a partir de donar, o potser de reconèixer el protagonisme a les generacions, més que no als individus aïllats. Si això no acabà lògicament amb l'individualisme ètnic tan arrelat als pobles mediterranis, almenys suposà la introducció del conflicte entre generacions que va moure cap a secessions constants en les institucions i en les associacions de la societat civil catalana. Malgrat els possibles nous inconvenients d'aquest fet, però, l'efícàcia de les accions col·lectives començà a ésser molt més evident. El 1907 fou probablement una data clau, gràcies a la creació de l'Institut d'Estudis Catalans, amb totes les seves seccions, entre les quals cal destacar la filològica, on Pompeu Fabra (1868-1948) desenvolupà la seva magnífica i ràpida tasca d'infraestructura lingüística, bàsica per un país que es defineix sobretot per una cultura en la que la llengua ocupa una posició central i definitòria. Es formaren equips el més complets possibles i en àmbits ben diversos, per tal d'abastar tots els camps de la ciència i de la tècnica. La cinquantena de volumets de la popular col·lecció Minerva que edità entre 1915 i 1922 la Comissió Pedagògica de la Mancomunitat de Catalunya i que dirigí Eugeni d'Ors en podrien ésser un dels milllors exemples.

La figura de Pau Vila (1881-1980), autor de les obres de síntesi geogràfica que han estat emprades per a la interpretació històrica de Catalunya que segueix, pot ésser paradigmàtica d'aquest tipus de professionals que es formaren i s'aplegaren en aquells moments.[17] El primer geògraf de Catalunya havia estat Joan Palau i Vera (1875-1919), que morí, però, arran de l'epidèmia de grip de l'hivern del 1918-19. Pau Vila, obrer industrial sabadellenc, alternava la passió excursionista amb el delit d'escolaritzar i formar els obrers per a facilitar la seva veritable emancipació. La seva empenta i capacitat d'iniciativa el dugueren a ésser seleccionat com a nou geògraf de Catalunya. Vila demanà un temps de formació, i acudí a l’Institut de Géographie Alpine de Grenoble, del mestratge del qual va sortir (quan ja tenia 45 anys!) el que hauria pogut ésser la seva tesi doctoral, si la universitat alguna vegada pogués deixar d'ésser tan elitista: La Cerdanya, la monografia geogràfica d'una comarca rural de muntanya a la moda francesa, publicada el 1926. Pau Vila estava interessat sobretot pels problemes humans, pel coneixement del territori i de la seva organització i per la difusió del seu coneixement. En aquest sentit s'enquadrà en els corrents científics internacionals, acudint als congressos de Varsòvia i d'Amsterdam, organitzats per la llavors jove encara Unió Geogràfica Internacional, o convidant els que considerava millors mestres de la Geografia a nivell internacional, els francesos. Igualment, es dedicà a la difusió popular de les seves idees escrivint nombrosos articles als diaris, especialment a La Publicitat, entre 1929 i 1938.

En el camp de la literatura, Joan Maragall (1860-1911) fou possiblement la figura clau en la transició del ruralisme romàntic del segle XX cap un noucentisme en el qual, de fet, no pot ésser inscrit. Estretament vinculat als Jocs Florals, trencà però amb la tradició arcaïtzant que hi imperava. Barceloní d'origen i de residència, Maragall feu també estades a molts indrets de Catalunya dels quals deixà testimoni literari («la vaca cega» d'ambient pirinenc o «la fageda d'En Jordà» olotina, en són alguns exemples). Maragall, a més, introduí una nova perspectiva hispànica de diàleg cultural,[18] i en castellà té una gran part de la seva obra. Els seus articles al Brusi i a La Veu de Catalunya tingueren un gran impacte entre les noves generacions tot exercint-ne un cert liderat que mai no arribà, però, a la popularitat del de Mossèn Cinto.

Cal destacar també poetes com Josep Carner (1884-1970) o Clementina Arderiu (1889-1976), fins i tot, avantguardistes com Josep-Vicenç Foix (1893-1986) o Joan Salvat Papasseit (1894-1924) que feren una poesia culta i urbana. Igualment, escriptors com Carles Soldevila (1892-1967) o Josep M. de Sagarra (1894-1961) i, fins i tot, Josep Pla (1897-1981), moltes vegades ha passat falsament com el representant del pagès català. Carles Soldevila és probablement el més destacat de tots, per la seva tasca de difusió de la urbanitat[19] (com a conjunt de noves formes lligades a la vida urbana) que publicà en gran part sota el pseudònim de Myself.

El catalanisme apareix així, sembla que per primera vegada, com a expressió de modernitat, democràtic i obert; es tractava de posar el rellotge de Catalunya a l'hora europea. Fins i tot quan es tractava el passat sembla que es feia mirant més cap endavant que no cap enrera; les llegendes i històries que són narrades pels noucentistes no expressen nostàlgia per cap paradís perdut, sinó que es converteixen en mites carregats de missatges de futur. Com que el sistema escolar era precari i les reformes que s'emprengueren eren una aposta per a les futures generacions s'hagué de fer una tasca educadora de xoc, basada en la difusió a través de la premsa i dels llibres barats i de butxaca o mitjançant d'altres institucions populars, com els ateneus. Els intel·lectuals esdevingueren així en primer lloc periodistes o col·laboradors de premsa, publicistes com es denominaven llavors, com és el cas esmentat de Pau Vila o de Carles Soldevila. D'aquesta manera, alguns intel·lectuals hagueren d'afrontar les contradiccions en què els col·locava l'interclassisme relatiu de la seva posició d'intermediaris, cosa que els podia fer suspectes a uns i altres. L'anomenat afer Xènius, la seva exclusió de l'Institut, ben segur que va tenir algunes d'aquestes contradiccions en el seu origen (Balcells).

A nivell purament formal, i bon xic més superficial, aquest nou estil es pot veure reflectit en la rellevància que assoliren els bars i els restaurants, al menys a la ciutat de Barcelona, com a nous centres socials i de vida cultural i urbana, en general. La Maison Dorée, el Suís, el Continental, l'Eden Concert o el Martin són alguns dels noms que compondrien una geografia urbana i cultural alhora de la Barcelona del primer terç del segle XX, la història de la qual està encara per fer.[20] Com en tants d’altres aspectes, sembla que el model podria ben ésser el de la ciutat de París, que tan bé havia descrit el poeta Baudelaire.

 

LA REESTRUCTURACIÓ DEL TERRITORI

La Mancomunitat de Catalunya, obra indiscutible d'Enric Prat de la Riba (1870-1917),[21] fou la veritable cristal·lització política de l'esperit del noucentisme. No pot oblidar-se que la Mancomunitat era un ens d'administració local, constituït a partir dels municipis i a través de les províncies espanyoles. Resulta paradoxal que des de l'esglaó teòricament més baix de l'administració es pogués fer una obra d’Estat tan important; tot i que els municipis òbviament formen part de l'estructura de l'Estat, la debilitat econòmica tradicional dels ajuntaments espanyols no ajuda gens a explicar la capacitat d'acció que es desplegà. Possiblement pel fet que la Mancomunitat fos una acció política organitzada de baix cap a dalt, sí que es pot explicar la seva força de captació d'energies de tota mena.[22]

Les eleccions que estan a la base de la constitució de la Mancomunitat foren doncs eleccions locals. El gran eslògan d’aquelles eleccions fou la lluita contra el caciquisme per part dels nous partits urbans, sobretot de la Lliga. D'aquesta manera es començà a apuntar una certa contradicció entre la modernitat i l'urbanisme que la lluita contra el caciquisme representava i el relatiu ruralisme de l'ideari dominant entre els homes[23] de la Lliga.

Barcelona, com s'ha vist, capital indiscutida de Catalunya malgrat la seva situació político-administrativa de simple capital provincial, guanyà les seves eleccions locals ja el 1901. Arribant la primera, la ciutat afermava encara el seu paper de cap i casal, de motor i de símbol de tot Catalunya. Barcelona elaborà nous instruments d'administració moderna, com el pressupost municipal en el qual treballà Pere Coromines (1870-1939), o com la recollida, sistematització i difusió de la informació que representà l'Anuari estadístic de Manuel Escudé i Bartrolí (1856-1930). Barcelona elaborà també una nova política urbana, a partir d'un debat ampli en torn de models internacionals, entre el de París, més tradicional, o el nou del Gross Berlín (Roca), reflexant d'una altra manera l'atmosfera despertada per la guerra Europea. La reforma urbana de la ciutat, amb l'obertura de la gran Via Laietana, l'inici del metro i la preparació de l'exposició universal del 1929 són algunes de les fites més vistoses d'aquesta política (Carreras, 1993).

En les relacions camp-ciutat a Catalunya, cal destacar un fet nou, l'aparició del vuit ferroviari en torn de Barcelona (tancat el 1861 pel nord i el 1881 pel sud) com a prefiguració d'una àrea metropolitana, tal com el caracteritzà ben intuïtivament Pau Vila (Vila, 1937). Els desequilibris territorials a Catalunya s'accentuaven així amb la consolidació del que s'anomenà la macrocefàlia barcelonina, que potenciava l'enfrontament amb l'interior rural cada cop proporcionalment menys important. Les migracions interiors s'havien acabat, trencant la base d'aquella solidaritat que havia caracteritzat el període anterior. En canvi, era l'hora de l'arribada de les grans onades d'immigrants de València, de Múrcia i d'Aragó. Barcelona augmentava de mig a un milió d'habitants, entre 1900 i 1930, i actuava a més de centre redistribuidor de la resta de la immigració.

A nivell territorial, Barcelona també va haver de fer de centre de redistribució d'algunes de les característiques del procés d'urbanització. Un dels instruments més destacats d'aquesta funció va ésser la política d'infraestructures empresa per la Mancomunitat. Un primer element important va ésser el pla de carreteres i de camins veïnals, que posava les bases del sistema de comunicacions del segle XX, que venia a complementar, i a la llarga substituiria, la xarxa ferroviària; segons les estadístiques del moment, Catalunya tenia 4.000 cotxes el 1919 i va arribar als 20.000, el 1925, cosa que indica un primer gran creixement dels nous sistemes de transport individual. Al mateix temps, es potenciaren nous tipus de comunicacions, especialment la telefonia, que augmentava significativament la capacitat d'interconnexió de les ciutats.

De tota manera, major transcendència va tenir encara el procés d’electrificació, que llavors es va rellençar, amb la construcció de les primeres grans centrals hidroelèctriques del Pirineu que capgiraren la xarxa de producció energètica, tot intentant combatre la seva dependència excessiva de les importacions de combustibles. Sota l'impuls de la companyia barcelonina de capital estranger La Canadenca, entre 1913 i 1920, foren instal·lats, en total, 205.300 kW de potència, xifra que no se superà fins trenta anys més tard. Al mateix temps, es desplegaren les noves línies de transport d’alta tensió, d'aquesta forma s'alliberava molt la localització industrial de la dependència de recursos locals, cosa que podia suposar un factor d’homogeneïtzació territorial, per tant d'urbanització.

Amb l'establiment d'aquestes noves condicions per a la localització d'empreses, es difongueren noves activitats per tot Catalunya. Les més importants es derivaren de l'explotació de les sals potàssiques de la conca del Llobregat. Amb aquest fet, s'inicià el desenvolupament de la indústria petroquímica, a Berga i Martorell. Aquestes i altres activitats eren les que atreien les migracions exteriors i, a més, es basaven en la inversió de capitals estrangers, fonamentalment europeus, conformant-se l'estructura essencial de la base productiva catalana contemporània.

La provisió d'infraestructures no es reduí però als aspectes exclusivament materials, sinó que la Mancomunitat desplegà un esforç en els aspectes educatius i de qualificació de la mà d'obra, en general. Són a bastament coneguts els plans i realitzacions pel que fa a la xarxa de biblioteques populars i a la creació de la Biblioteca de Catalunya i de l'escola de bibliotecàries, així com tot el que té a veure amb la construcció d'escoles i a la renovació pedagògica. En el camp concret del coneixement del territori, fou també el moment de la creació del servei cartogràfic que inicià una gran obra de producció de cartografia topogràfica i temàtica. En el camp de la política social, s'iniciaren també els primers esforços, recolzant les iniciatives privades, com la de la Caixa de Pensions del 1905.

El resultat fou l'estructuració d'un nou sistema urbà, centrat en una Barcelona metropolitana molt gran, i recolzat en la major part de les trenta-vuit capitals de comarca del 1932. Barcelona era la capdavantera de tota mena d'iniciatives que es difonien més o menys ràpidament pel sistema urbà. Així s'esdevingué amb els plans d'eixample, iniciats a Barcelona el 1860 amb el pla Cerdà i que en aquests anys acaben de completar-se arreu. Com també amb les infraestructures del clavegueram, completades a Barcelona el 1891 amb el pla Garcia Faria o amb el pla d'enllaçar la trama urbana amb la nova xarxa de carreteres, aprovat el 1917.

 

PRIMERES CONCLUSIONS

Tot i que l'estudi de les transformacions territorials i les relacions entre camp i ciutat a començaments del segle XX és encara en marxa, poden avançar-se unes primeres conclusions que tenen sobretot un caràcter orientatiu.

En primer lloc cal destacar la relativa debilitat dels processos de modernització de Catalunya, al menys entesos com una implantació completa del model territorial capitalista. Les inèrcies del passat rural jugaren un paper ideològic de fre mentre la manca de recursos minerals i el relatiu aïllament internacional no afavorien de cap manera la dinamització dels capitals locals.

En segon lloc, però, cal assenyalar també el ritme diferencial en la modernització de Catalunya respecte a la resta d'Espanya, cosa que potser ajuda a explicar-ne unes relacions sempre difícils, però sempre també plantejades com necessàries.

En tercer lloc, cal destacar la forta petjada dels intel·lectuals, moltes vegades fent de polític, en el desenvolupament d'aquests processos de modernització. Aquest pes podria explicar la relativa continuïtat d'algunes idees que es troben encara avui: la internacionalització de Barcelona i de Catalunya o la formulació de projectes sobre l'Espanya gran. Igualment es troba una continuïtat de certs conflictes, relacionats amb la migradesa de l’'àmbit cultural, com poden ésser casos tan vistosos d’ostracisme com els de Xènius o de Pla.

Finalment, cal aprofundir l'estudi i la reflexió serena i pluridisciplinar, tot just iniciada. Si es vol entendre què va passar llavors i què podria passar ara, cal desideologitzar el debat, en el sentit de no voler explicar el passat des del present.

 


[1] Aquest és el títol de la novel·la de Joan Oller i Rabassa (Ed. Selecta, Barcelona, 1930).

[2] Lamentablement aquest desconeixement no és infreqüent; vegi's sinó la presentació d'Antoni Estradé avaluant la producció escrita en ciències socials sobre el nacionalisme català feta al col·loqui internacional «Nacionalisme i ciències socials» el novembre del 1996, en què l'únic geògraf citat és Joan Nogué (DD. AA., 1997).

[3] En aquest sentit, hom veurà clarament que la bibliografia utilitzada és ben poc centrada disciplinarment, cosa que té avantatges clars del punt de vista argumental, tot i que n'augmenta la irregularitat.

[4] La divisió comarcal del 1932, feta per Pau Vila, no fou aplicada fins el 1936 i no arribà a tenir efectes pràctics damunt del territori.

[5] Catorze comarques de les trenta-vuit del 1932, tenien més d’un 1% de la població obrera industrial total el 1861 (Oliveras, 1994).

[6] Tant en les nostres recerques sobre l'antic municipi de Sants per al 1851, com les d'Oliveras per a Manresa el 1889 mostren clarament el pes d'aquesta migració rural catalana a les dues ciutats, cosa que fa pensar que no devien ésser una excepció (Carreras, 1980; Oliveras, 1994).

[7] Cal recordar, en aquest sentit, com la pressió de les guerres carlines sobre el camp català motivà el desplaçament de molts propietaris rurals de la Catalunya Vella cap a Barcelona, on contribuiren a colonitzar l'Eixample de la ciutat que tot just començava llavors d'edificar-se, tal com ha assenyalat Josep Pla en les seves obres (Carreras, 1993).

[8] L'existència de canvis i la seva consciència constitueixen plans diferents de la realitat i requereixen una anàlisi ben diversificada. Probablement sempre n'hi ha de canvis, però només en determinades èpoques com la que s'estudia aquí o com la d'ara n'assoleixen una consciència generalitzada entre la població.

[9] Verdaguer, que fou el poeta excursionista, cantor de les muntanyes de les terres catalanes, amb la màxima extensió de la paraula, és també l'autor de la primera Oda a Barcelona, poema urbà on les idees naturalistes de l'autor aconseguiren crear algunes imatges encara avui vigents.

[10] Les inversions en la modernització del camp català són d'aquest origen industrial (com el canal d'Urgell o la bonificació del delta del Llobregat), com ho és la construcció de l'Eixample de Barcelona o les primeres col·leccions que han format els principals museus de Catalunya.

[11] Tot i que la coneguda sarsuela d'ambient català Marina, és del compositor basc Arrieta, algunes de les sarsueles més populars són del català Amadeu Vives (1871-1932) o de Ruperto Chapi (1851-1909), nat a les valls del Vinalopò.

[12] Podria interpretar-se el dramatisme de les escenes rurals literàries com un esforç de posar connotacions negatives al camp, però aquesta defensa indirecta del fet urbà és discutible i, sobretot, de difícil lectura per als contemporanis.

[13] Un exemple excel·lent i divertit del funcionament de les primeres eleccions democràtiques al món rural català apareix a les citades memòries de Josep M. de Sagarra.

[14] El mateix Carreras Candi, advocat i gran historiador de Barcelona, accionista de bancs i empreses diverses, que es dedicà amb poca fortuna a l'especulació immobiliària, és un bon exemple de contradicció per les seves idees reaccionàries, de base religiosa, ben paleses en les planes que dedica a la crema de convents en la seva monografia sobre la ciutat de Barcelona.

[15] En el mateix sentit és molt interessant de destacar els comentaris d'un contemporani, Josep M. de Sagarra a les seves memòries: «Els banquers catalans a la moderna han demostrat que són uns grans descobridors d'entretingudes evanescents i uns grans col·leccionistes de Tièpolos, però com a homes de negoci amb un sentit col·lectiu i amb un civisme patriòtic han estat tan anarquistes com els qui tiraven les bombes», pp. 649-650.

[16] Tot i la interpretació d'escàs rupturisme entre modernisme i noucentisme feta per Valentí Fiol, aquí es considera que el tema urbà en fa una decantació clara.

[17] La llista de personatges significatius i paradigmàtics podria ser força llarga. Probablement el paper de Josep Pijoan com historiador de l'art i inspirador de gran part de la política cultural de Prat de la Riba no sigui un dels menors o la de Rafael de Campalans i l'organització de l'escola del treball, sense comptar molts d'altres intel·lectuals que són mencionats.

[18] No és casual, en aquest sentit, que l'obra cultural de la Caixa hagi donat el seu nom als programes de col·laboració entre Catalunya i Madrid.

[19] Els llibres d'urbanitat eren molt populars i d'ús freqüent a les escoles tradicionals, fins després de la guerra d'Espanya. De la importància que els noucentistes acordaren a aquest tema pot ésser-ne un testimoni destacat el fet que l'ajuntament de Barcelona presidit per Pasqual Maragall, el nét del poeta, publiqués el llibre Civisme i urbanitat el 1993.

[20] Des de fa un temps, el Grup d’Estudis Territorials i Urbans del departament de Geografia Humana de la Universitat de Barcelona ha emprès la confecció d’una història del comerç barceloní en la que aquests tipus d’establiments troben un lloc important per la major informació que se'n troba, que no documentació.

[21] Tot i que l’esperit de Prat de la Riba fou clarament urbanitzador resulta difícil rastrejar l’origen de les seves idees en aquest sentit, ja que apareixen més en les seves accions que en els seus escrits.

[22] En aquest mateix sentit, el fet que les dues Generalitat d’aquest segle, la republicana i la monàrquica, hagin estat instaurades per pacte a nivell d'Estat, des de dalt, i amb grans dificultats de relació amb 1’administració local, podria ajudar a explicar també les majors dificultats d'acció malgrat les majors competències que tenen.

[23] Emprar el terme homes de forma exclusiva és significatiu i precís en aquest cas, ja que malgrat l'equiparació legal de les dones al dret català el seu paper públic era en aquella època encara molt reduït i calgué esperar l'adveniment de les masses per a començar de trobar una certa feminització de la vida pública.

 

Josep M. Ramis dt., 15/05/2012 - 17:08