Complemento indispensable de esta versión íntegra y completa de las obras de Shakespeare han de ser unas cuantas notas que introduzcan y guíen al lector en el conocimiento del gran poeta. Sin que esto quiera decir que en la medida de su propia trascendencia no se halle este trabajo cuidadosamente cimentado, no es, con todo, al erudito a quien particularmente se dirige. Pero, ajeno como soy a la fatua pretensión de sentar cátedra en materia tan profusamente debatida, no por eso deja de parecerme necesario el ofrecer al público en general, a quien principalmente se destina, el oportuno esclarecimiento en lo que a la obra objeto de mi labor se refiere. No es que falten autorizadas plumas (1) que me hayan precedido en labor semejante. Mas luego de rendirlas en este punto el merecido homenaje, fuerza será que prosigamos nuestro camino hacia la meta propuesta, a cuyo objeto empezaremos por ofrecer al lector las siguientes sumarias nociones de la vida de Shakespeare y de sus obras, así como del medio ambiente donde nacieron, o sea, los usos de la literatura y el teatro ingleses en la época de la reina Isabel, terminando con un ligero bosquejo de la obra shakesperiana tal como se nos presenta a nuestros ojos modernos, y unas breves observaciones sobre el criterio y el método que han presidido y nos han guiado en nuestra ardua tarea.
BIOGRAFÍA
Nació Shakespeare en 23 de Abril de 1564, en el pueblo inglés de Stratford sobre el Avon, en el condado de Warwick. Infiérese el hecho del registro parroquial de la iglesia de la Santísima Trinidad de Stratford, donde con fecha 26 de Abril consta que fue bautizado con el nombre de «Guillermo, hijo de Juan Shakspere». Y siendo entonces la costumbre el bautizar a los niños tres días después del nacimiento, fundóse ahí más tarde la designación del 23 de Abril, hasta hoy comúnmente admitida como fecha del nacimiento.
Se habrá notado que el nombre del padre consta escrito Shakspere en el Registro parroquial, escritura que también parece ser la de tres de las cinco firmas autógrafas que se conservan del poeta, cuando menos por lo que se refiere a la primera sílaba, Shak, que se lee allí bien claramente; aunque también hay que observar que la ortografía de los nombres no tenía en aquellos tiempos gran fijeza, como lo demuestra el mismo nombre del padre, que ora aparece escrito Shak, ora Shake, ora Shack en la primera sílaba, así como speare, spere y sper en la segunda. La grafía Shakespeare parece, sin embargo, haber tomado cuerpo al final del siglo XVI, tal vez cediendo a la preocupación heráldica, que acabó por atribuir a la familia el conocido escudo de armas, consistente en un halcón que sacude (shake) una lanza (spear) con que desde antiguo blasonaba (2). Sea de ello lo que fuere, y a pesar de las varias y respetabilísimas autoridades que se han pronunciado por la grafía Shakspeare y más aun Shakespere y Shakspere (3), no hay duda que la adoptada goza de una popularidad constante ya desde los tiempos del poeta, y, cualesquiera que sean sus fundamentos históricos y filológicos, digna es, siquiera sea por respeto a la tradición, de la consideración que merece.
El padre del poeta, Juan Shakespeare, era un hacendado, yeoman, perteneciente a aquella importante clase rural que desde el siglo XVI formaba el eslabón intermedio entre la nobleza y el paisanaje. Según costumbre entre los de su clase, además de los quehaceres agrícolas, dedicábase John Shakespeare al comercio, viéndosele a menudo mencionado, sea como tratante en lanas, como guantero ó como carnicero. Algunos años antes del nacimiento de William, había su padre entrado por herencia en posesión de dos fincas en Stratford, una de las cuales, la de la calle de Henley, es la que todavía hoy, convertida en un Museo de recuerdos y reliquias, se conserva y se muestra como el lugar del nacimiento del poeta.
Dos hermanas mayores que él, muertas en tierna edad, y cuatro hermanos más jóvenes (dos chicos y dos chicas) completaron su familia. Su padre parece haber sido, dentro de su esfera, persona digna é influyente, habiendo desempeñado, entre otros, los cargos honoríficos de regidor y baile de Stratford, que demuestran la mayor consideración y estima dentro de su clase. La madre del poeta, María Arden, era hija de Roberto Arden, gentilhombre de Wilmecote ó Wellingcote, en el mismo condado de Warwick, y propietaria de una hacienda más que regular que heredó de su padre.
El niño Guillermo asistió a la escuela, una especie de establecimiento primario-superior (Grammar-School), de tipo corriente en aquel tiempo, donde sólo eran admitidos niños que ya sabían leer y escribir; aunque pronto tuvo que dejar sus estudios para ayudar a su padre en sus negocios. Dada la distinguida posición de éste y los altos cargos que ocupó, no es arriesgado suponer que no le faltarían al joven poeta ocasiones para conocer el mundo y enriquecer su cultura. Las compañías de cómicos ambulantes constituían entonces una de las formas más populares del renacimiento artístico, y no es probable que el muchacho dejara perder las frecuentes visitas de las mismas, ya sea en Stratford, ya en las villas vecinas, para ponerse en contacto con el mundo del teatro que forzosamente había de excitar su poderosa imaginación. Estas compañías vivían siempre bajo la protección de algún gran Lord ó de alguna otra personalidad eminente, cuyo nombre ostentaban en todos sus actos; ya que ello les era indispensable para gozar de los privilegios de su oficio. Según noticias acreditadas, tales compañías actuaron en Stratford en los años 1573 y 1576. Posteriormente más de una compañía apareció allí, a menudo en un mismo año, y contaba el poeta veinte de edad cuando, unos tras otros, los «Cómicos de la Reina» y los de los condes de Worcester y de Essex se exhibieron en su pueblo natal.
En 1582, es decir, cumplidos los diez y ocho años de edad, casó Guillermo Shakespeare con Ana Hathaway, de la vecina aldea de Shottery, que contaba siete ú ocho años más que su esposo; circunstancia ésta que ha dado origen a la suposición de que semejante enlace a tan tierna edad le fue impuesto al poeta por desliz de juventud. Cualquiera que sea la verosimilitud de tal suposición, lo cierto es que seis meses después del desposorio, en 26 de Mayo de 1583, fue bautizada su primera hija Susana. Cerca de dos anos más tarde, en Marzo de 1585, cónstanos el bautizo de dos nuevos hijos gemelos de este matrimonio, que fueron llamados Hamnet y Judit.
Si pocos é inciertos son los datos que poseemos acerca del origen y de la infancia de Shakespeare, más escasos son todavía los que se refieren a su juventud, lo cual, por cierto, no ha sido obstáculo para la formación de las más pintorescas consejas y extraordinarias anécdotas. Estos grandes vacíos se explican, por lo demás, fácilmente, tratándose de un joven, cuya vida y personalidad nada de particular ofrecía a sus convecinos y cuya extraordinaria fama nadie podía entonces prever. Faltan particularmente en absoluto datos para fijar la fecha y las circunstancias en que abandonó el poeta su pueblo natal para zambullirse en el gran mundo de la metrópoli londonense. Una de aquellas consejas, tal vez algo más fundada, es la que se refiere al famoso proceso por caza furtiva que insertan todos los biógrafos del poeta. Según el primero de ellos, Nicolás Rowe, habíase Shakespeare «dado a las malas compañías; y algunos que robaban ciervos, lo indujeron, más de una vez, a robarlos en un parque perteneciente a Sir Tomás Lucy, de Charlecote, cerca de Stratford. En consecuencia, incoó éste un proceso contra Shakespeare, quien, para vengarse, escribió una sátira contra el señor. Este primer ensayo, tal vez, de la musa del poeta, resultó tan agresivo, que el prócer arreció en su persecución, hasta el extremo de obligar a Shakespeare a dejar su pueblo y su familia y refugiarse en Londres».
Aunque no hay grandes motivos para poner en entredicho esta anécdota, tampoco es preciso acudir a ella para explicar el hecho del alejamiento de Shakespeare de su pueblo natal. Como dice muy bien el Dr. Rudolph Genée en su excelente resumen biográfico (4), de donde en parte las presentes notas son extraídas, muchas otras circunstancias debían contribuir a ello, entre las cuales hay que señalar desde luego su desgraciado matrimonio en los términos antedichos y, según parece comprobado, las malas andanzas de los negocios de su padre en el ocaso de su vida. Así, a medida que la adversa fortuna hacía más difícil para el futuro poeta el mantenimiento de su familia (en tan rápido aumento, según hemos visto), fácil es suponer que, aprovechando las coyunturas antes mencionadas, empezara en Stratford a entablar relaciones con el mundo del teatro, ya que, según se ha comprobado, varios de los actores que más tarde hallamos en Londres formando compañía con Shakespeare, eran oriundos del mismo condado; como, entre otros, el actor John Heminge, editor póstumo, junto con Condell, de las obras de su inmortal compañero; el mismo Ricardo Burbage, el más famoso intérprete de los caracteres dramáticos de Shakespeare en las tablas de su tiempo, que había nacido en Stratford; como Thomas Green, célebre predecesor y compañero de Shakespeare en la poesía dramática; todo lo cual induce a suponer que no serían aquéllos ajenos a la vocación de éste para el teatro y a su partida para Londres con el fin de abrirse allí camino.
En qué fecha tuvo lugar este acto memorable, es cosa que hasta ahora no se ha podido determinar con precisión, aunque; por coincidencia con otras circunstancias, parece debiera acaecer alrededor del año 1586. Tan poco ó nada se sabe de los primeros pasos de Shakespeare en Londres, debiendo relegarse al capítulo de las consejas el conocido relato de que una de sus primeras ocupaciones fuera la de guardar los caballos de los jinetes que iban al teatro sin acompañamiento de lacayo. La verdad es que nada sabe de ello su primer biógrafo, Nícolás Rowe, quien se limita a decir que, al llegar a Londres, Shakespeare hubo de someterse a bajos oficios, según, por lo demás, puede fácilmente comprenderse, dadas las circunstancias que precedieron y motivaron su viaje; perteneciendo aquella anécdota de los caballos al grupo de las demás fábulas sobre la vida de Shakespeare que no se extendieron hasta el siglo XVIII, mucho después de la aparición de esta primera biografía del poeta.
Sus primeros pasos en la escena tuvieron lugar en el «Teatro» de Blackfriars en las afueras de la ciudad de Londres, que había sido inaugurado en 1576 por Jaíme Burbage, padre del gran actor trágico antes mencionado; y aunque poco se sabe sobre los méritos de nuestro poeta como actor, no parece que hubieran sido éstos extraordinarios, pues que las primeras referencias a su persona que nos ha legado la literatura de su tiempo no aprecian tanto al actor como al autor dramático. La .primera de estas alusiones que conocemos, aunque no ocurrió hasta el año 1592, cuando Shakespeare ya había producido varias obras para el teatro, no deja de tener gran importancia, pues ella pone en evidencia el hecho de que el actor Shakespeare había tenido ya entonces grandes éxitos como poeta escénico.
Cuando apareció la genial figura del autor de Hamlet, contaba ya Inglaterra con una brillante y nutrida falange de poetas dramáticos que en pocos años habían elevado a envidiable altura los prestigios del teatro inglés. Jorge Peele, más Lodge, Roberto Greene, Tomás Kyd y Cristóbal Marlowe cuéntanse entre los más eminentes de estos autores que, con el más absoluto desprecio de las antiguas normas clásicas de las unidades de tiempo, de lugar y de acción, y de la prescrita separación de los géneros trágico y cómico, habían fundado lo que con el tiempo iba a llamarse el teatro romántico, en oposición al teatro neoclásico, cuyo principal presentante fue a la sazón Ben Jonson, el gran amigo y émulo de Shakespeare.
Entre aquellos precursores y primitivos colegas de nuestro poeta, señalóse Roberto Greene como uno de los más ricamente dotados; pero, caso típico de la extrema corrupción de costumbres entre los intelectuales de aquel tiempo, rápidamente consumido por su vida disoluta, pronto cayó Greene en la enfermedad y en la miseria y, como pecador penitente, dirigió él al término de su vida las más acerbas censuras contra el teatro y contra sus antiguos compañeros de oficio. Entre aquellas, un notable folleto, publicado después de su muerte, en 1592, por Enrique Chettle, bajo el título de «Un ingenio de dos cuartos comprado por un millón de penas», es la que merece nuestra atención por los motivos antedichos.
En este folleto, en forma de epístola, dirígese Greene a aquellos de sus antiguos compañeros que «disipaban su ingenio en la producción de dramas», y los exhorta a que abandonen tan vana ocupación, ya que con ello no hacen más que malversar sus dotes espirituales, al confiar sus creaciones a muñecos y saltimbanquis que «hablan por nuestra boca». Luego dirígese contra las personas de sus antiguos colegas, Marlowe, Peele, Lodge, para caer con tremenda furia contra otro de ellos, al que, sin nombrarlo expresamente, alude de un modo tan preciso, que no puede dejar de reconocerse en sus palabras la figura de Shakespeare, de cuyo ENRIQUE VI cita un verso, y exclama: «Este grajo fogoso», este «Johannes Factotum», que se ha imaginado ser el único «sacudidor de escena» (Shake scene) ,y que se «adorna con nuestras plumas», pretendiendo «redondear un verso libre tan bien como cualquiera de vosotros», etc. Obsérvese que el claro reproche de que Shakespeare se adornaba con plumas ajenas, no se refería únicamente al actor, sino también al compositor dramático, lo cual coincide con el hecho de que, por cuestionable que sea semejante veredicto con relación a AFANES DE AMOR PERDIDOS, en la fecha del folleto había Shakespeare ciertamente producido ENRIQUE VI y TITO ANDRÓNICO, para los cuales había él utilizado piezas anteriores sobre los temas respectivos.
Mas, cualquiera que sea la justicia ó la injusticia de la acusación en sí, que, por lo demás, también podría hacerse extensiva a la mayoría de los autores de la época, dado el poco escrúpulo que suelen manifestar en plagiarse unos a otros, la verdadera importancia del folleto en cuestión consiste en el testimonio que su autor involuntariamente nos ofrece de que Shakespeare había ya en aquel tiempo alcanzado tales éxitos, que suscitaban poderosamente la envidia; y en cuanto al efecto que aquel grosero ataque produjera en el público, baste decir que fue tal la indignación causada por el libelo de Greene, que el editor del mismo, H. Chettle, hubo de declarar públicamente que ninguna participación tenia él en el asunto, habiéndose limitado a hacer imprimir el manuscrito, tal como lo había recibido; cosa que en todo caso lamentaba, pues que «la conducta del ofendido como hombre no es menos excelente que su labor en la carrera que ha elegido. Son muchas las personas distinguidas que manifiestan su lealtad en los negocios, y aprecian lo mismo su rectitud que la gracia de su ingenio», etc. Y abundando en el mismo tono de expresión, también Tomás Nash, de quien se sospechaba que había colaborado en el folleto de Greene, declaró, en lo más acalorado de la bulla: «Que Dios desampare a mi alma si la menor de sus palabras procede de mi pluma.»
He aquí, pues, cómo la primera referencia a Shakespeare, que de sus propios tiempos poseemos, nos da testimonio, no sólo de que el actor Shakespeare y el inmortal poeta eran una misma persona, sino también del gran favor de que, como hombre, gozó entre sus contemporáneos; siendo éste el primero de una larga serie de documentos en que esta última circunstancia se atestigua.
Si desde 1586 ó 1587, según puede suponerse por lo dicho, estuvo Shakespeare empleado, lo mismo como actor que como escritor, en el «Teatro» de Blackfriars, ábrese con la inauguración en 1595 del teatro del Globo el segundo período de su creciente renombre. Shakespeare fue también accionista de este teatro, y, ofreciendo con ello una buena prueba de que el genio no está de ningún modo reñido con el sentido práctico de la vida, supo sacar buen provecho de su participación en la empresa, como lo prueba el hecho de haber él comprado en el mejor sitio de su otro pueblo natal, Stratford, una excelente y espaciosa casa con jardín y granja, llamada New Place, que fue probablemente habitada por su esposa y sus padres, y a la cual con el tiempo añadió otras fincas que le permitieron dar amplio cumplimiento á sus deseos de levantar con su trabajo la honda postración en que había caído su familia.
No contento Shakespeare con sus grandes triunfos en el teatro, ya que las producciones de este género no gozaban entonces de gran fama en los círculos ilustrados, obedeciendo a la noble ambición de su genio, quiso también acreditarse de poeta en toda la pureza del concepto. y fruto de su fecunda labor en este campo, fueron los poemas de VENUS Y ADONIS y EL RAPTO DE LUCRECIA, que, junto con otras menores composiciones y, sobre todo, la espléndida serie de sus Sonetos, acabaron de consagrar su fama, abriéndole del todo las puertas del Parnaso literario de su tiempo, de lo que ofrecen buena prueba las dos fervientes dedicatorias a Lord Southampton, su amigo desde entonces, que encabezan las dos primeras obras antedichas.
Hallámonos con esto en el punto culminante de la gloriosa carrera del gran genio inglés y, como muestra del grande aprecio en que sus contemporáneos le tenían aún antes de haber él llegado a su completa madurez, citase con razón un notable libro de Francisco Meres que, bajo el titulo de Palladis Tamia, apareció en 1598, en cuyo «Discurso sobre nuestros poetas ingleses en comparación con los griegos, latinos é italianos», se leen las siguientes líneas, de la mayor importancia para la historia literaria del poeta:
«Como el alma de Euforbo en Pitágoras, así vive el gracioso y agudo espíritu de Ovidio en el melífluo Shakespeare. Testigos su VENUS Y ADONIS, su LUCRECIA, sus dulces Sonetos que conocen sus íntimos amigos. Así como Plauto y Séneca en la comedia y en la tragedia son tenidos por los mejores de entre los poetas latinos, así también es Shakespeare el más distinguido entre los ingleses en ambos géneros teatrales. Tal atestiguan, entre las comedias, sus DOS VERONESES, sus ERRORES, sus AFANES DE AMOR PERDIDOS, sus AFANES DE AMOR GANADOS, su SUEÑO DE UNA NOCHE DE VERBENA y su MERCADER DE VENECIA; y para la tragedia sus RICARDO II, RICARDO III, ENRIQUE IV, EL REY JUAN, TITO ANDRÓNICO y ROMEO y JULIETA. Así como Epio Stolo dijo que las Musas, si hablaran latín, deberían de hablar en la lengua de Plauto, así también digo yo que, si hablaran inglés, las Musas hablarían en el refinado lenguaje de Shakespeare.»
Aunque el último elogio se refiere principalmente al autor de los poemas y de las comedias, no hay que olvidar que, con excepción de ROMEO Y JULIETA, ninguna de las grandes tragedias de Shakespeare había aparecido aún en aquella fecha, mientras que en el género cómico ya había el poeta producido, entre otras piezas admirables, por lo menos dos de sus obras maestras, como son las que llevan por título SUEÑO DE UNA NOCHE DE VERBENA y EL MERCADER DE VENECIA. Con esta brillante serie de primores, que tan efusivamente aplaude Meres, ciérrase el primer período juvenil de la vida del poeta; después del cual, con un estudio cada vez más profundo de los caracteres y con una visión cada vez más amplia del mundo y de la naturaleza humana; vémosle progresar constantemente hacia la meta de la soberanía poética que, con la madurez de su ingenio, debía de alcanzar. Añádase a estas cualidades el infalible buen sentido moral y la inmensa simpatía humana que respiran todas sus creaciones, y esto solo bastará para dar a comprender el hecho, acreditado por numerosos contemporáneos, de sus hermosas dotes personales, que le hacían involuntariamente querer de todos los que le conocían. Y este poderoso encanto lo ejercía el poeta «indocto», no sólo entre la gente vulgar, sino también entre hombres tan ilustrados como su buen amigo, aunque celoso émulo, el celebre Ben Jonson, y aun entre los más encumbrados magnates, como los jóvenes condes de Southampton y de Essex, que se complacían en su compañía, por no decir nada de sus colegas de teatro, según patentemente lo manifestaron Heminge y Condell al encargarse, siete años después de la muerte del poeta, de la primera edición completa de sus obras, conocida por el Folio de 1623, en cuyo frontispicio, cual merecida muestra de agradecimiento hacia el amable compañero, que con sus bellas prendas personales había ennoblecido su hasta entonces menospreciado gremio, estamparon la siguiente loa: «Si por tu profesión no hubieses sido tú llamado a representar reyes, hubieras podido ser compañero de un rey, y aun tú mismo un rey para las vulgares multitudes.»
Llegado, sobre el año 1600, a la cúspide de su potencia creadora, puede dar una idea de su popularidad como autor dramático, el hecho de que, no sólo fueran sus obras vulgarizadas por poco escrupulosos negociantes que subrepticiamente publicaron numerosas ediciones de sus originales, con frecuencia lamentablemente mutilados y alterados, sino que todavía osaban especular con su nombre suscribiendo obras ajenas con las iniciales W. S. y aun con el nombre entero del poeta. Tanto más de agradecer es, con tal conexión, la labor de sus compañeros de teatro al fijar en su antes mencionada edición de 1623 las obras que más ó menos íntegramente, según autorizada opinión, hay que atribuir a la genial pluma del dramaturgo inglés.
De 1600 a 1608, como águila que majestuosa tiende el vuelo por los vórtices inaccesibles del empíreo, despliega Shakespeare lo más profundo de su numen .poético en una magnifica serie de Tragedias, entre las cuales se cuentan las que más han contribuido a cimentar su fama de poeta dramático universal. Es éste el periodo tenebroso de su historia, que señala Furnivall, en cuyas colosales figuras de Otelo, Hamlet, Macbeth, Lear, sin que se haya logrado determinar a punto fijo los motivos personales determinantes, el caso es que un sombrío velo de amargura y pesimismo parece cubrir aquella poco ha sonriente alma generatriz de las celestes creaciones del SUEÑO DE UNA NOCHE DE VERBENA, EL MERCADER DE VENECIA y COMO GUSTÉIS.
Sea cual fuere la causa de este cambio, lo cierto es que de 1609 a 1612, hallándose aun en el cenit de su gloria y en el apogeo (a lo menos por lo que de sus obras se desprende) de sus facultades poéticas, honrado y estimado por todos, y con la más seductora perspectiva para el porvenir, tomó Shakespeare la resolución de abandonar Londres junto con el teatro, para recluirse en su villorrio natal de Stratford hasta el término de sus años; lo que no deja, en todo caso, de traslucir una cierta fatiga, sino, tal vez, saciedad. Relacionado con éste el postrer acto importante que de su vida se conoce, ábrese el cuarto y último período de su producción literaria, caracterizado por varias plácidas creaciones del tipo romance, como su postrera obra maestra, LA TEMPESTAD, que, aunque menos brillante, menos risueña y más sobria de artificios que las de su juventud, parece indicar una nueva fase de beata contemplación en una paz más divina que humana, ahora por fin conquistada tras las tormenta de la existencia, tanto que, así por su asunto, como por su simbolismo, como por su elaboración, debiera tal vez esta obra, divina entre todas las del poeta, más bien llamarse «Después de la Tempestad».
Pocos años había de vivir aún Shakespeare en Stratford, pues que inopinadada mente, sin que conste con certeza su enfermedad, allí falleció a los 52 de su edad, y precisamente el día de su natalicio, si es que es exacta la fecha de éste, ó sea en 23 de Abril de 1616; fecha, por cierto, idéntica a la de la muerte de Cervantes, aun cuando los que han supuesto una coincidencia real entre ambas muertes olvidan que había entonces una diferencia de 10 días (5) entre el calendario inglés y el español, a consecuencia de haber España aceptado la reforma gregoriana en 1582, saltándose entonces 10 días (del 5 al 5 de Octubre), al paso que en Inglaterra no fue adoptada esta reforma hasta el año 1572; de lo que resulta que, según nuestro cómputo, murió Cervantes el día 23 de Abril y Shakespeare el 3 de Mayo, y según el cómputo inglés, murió Cervantes el día 13 de Abril y Shakespeare el 23 del mismo mes.
Shakespeare, según se ha dicho, tuvo de su matrimonio tres hijos, dos hembras y un varón; la primera, Susana, y luego dos gemelos, Hamnet y Judit. De éstos, el varón, Hamnet, murió a los doce años, en 1596. En 1607 casó Susana con el Dr. Juan Hall, médico de Stratford, y en 1615-16 casó Judit con Tomás Quiney, tratante de vinos del mismo pueblo. Los tres hijos de ésta murieron solteros, é Isabel, la hija única de Susana, falleció sin descendencia en 1670, extinguiéndose con ella la posteridad de Guillermo Shakespeare.
Su minucioso testamento, otorgado en 25 de Marzo de 1616, contiene algunas disposiciones que han dado mucho que decir a la critica, por cuanto, después de varios legados a sus demás hijos, deudos y amigos, hace a su hija mayor, Susana, heredera de sus fincas, consistentes en tres casas y varias haciendas en Stratford y una casa en Londres, no dejando a su esposa, Ana Hathway, más que «su segundo mejor lecho con sus pertenencias»; aunque, acerca de esta aparente postergación, alégase que a su viuda le corresponderían sus derechos legitimarios sobre los bienes de su esposo, según la costumbre de la localidad: Nada se lee en el testamento sobre la obra del poeta.
En la iglesia de la Trinidad de su pueblo natal fue sepultado Shakespeare. Sobre su tumba, situada en el coro de la iglesia, se leen estos malos versos:
Buen amigo, por Jesús, no intentes
Remover el polvo aquí encerrado.
Bendito quien respete estas piedras,
Y maldito quien remueva mis huesos.
Aunque pretende una tradición que este epitafio es debido a la pluma del poeta, basta leerlo para ponerlo en duda; pero lo cierto es que la tumba nunca ha sido violada. A esto, junto con otros pormenores de su vida, como algunos que en esta breve biografía hemos tenido ya ocasión de referir, puestos en relación con la extraordinaria escasez de datos concretos acerca de la misma, hay que atribuir, tal vez, principalmente las dudas y recelos, ya de antiguo formulados, sobre la identidad de la persona a que se refieren las precedentes notas con el autor de las inmortales obras que se le atribuyen. No es éste el lugar adecuado para exponer la antigua discusión acerca de este tema, que, particularmente de algunos años a esta parte, parece haber recrudecido, hasta el punto de contar hoy día con montones de volúmenes y centenares de artículos periodísticos. A fuer de jueces imparciales, no cabiendo aquí ni tan siquiera un ligero extracto del proceso, nos limitaremos a expresar nuestra convicción de que, por muchas que sean las rarezas que la historia verídica señala en este punto, mucho menos satisfactorias que la opinión ortodoxa expuesta en la presente biografía son las hipótesis que pretenden atribuir las obras en cuestión a Lord Bacon (6), y menos aun a Lord Rutland (7) y otros notables personajes contemporáneos; pues, digan lo que quieran sus detractores, la autoridad de una tradición constante, –desde los numerosísimos testimonios de la fama que gozó en vida el actor-poeta, pasando por los primeros ingenios de todas las épocas subsiguientes–, será siempre una muralla muy tenaz contra toda avalancha de erudición, en su mayor parte muerta, con que la amenazan los modernos removedores del polvo de las tumbas.
Y a propósito de la de Shakespeare, no es uno de los más insignificantes de aquellos testimonios, la inscripción latina con que pocos años después de su muerte, ciertamente antes de 1623, quísose prestar homenaje a su inmarcesible genio. En el muro izquierdo del presbiterio de la iglesia antedicha, álzase el monumento que se rigió a su memoria, conteniendo el célebre busto, que, según juicio autorizado, fue echo con una mascarilla mortuoria por un escultor poco hábil. Allí, de medio cuerpo, se destaca el poeta detrás de un cojín que le sirve de mesa, sosteniendo un rollo papel, sobre el que Shakespeare apoya una mano mientras escribe con la otra. Bajo este busto, léese grabado en el plinto, al pie de la hornacina, el siguiente dístico;
Iudicio Pylium, genio Socratem, arte Maronem,
Terra tegit, populus moeret, Olympus habet (8).
Y a continuación aparecen unos versos en inglés, cuya traducción es como sigue:
«Detente pasajero, ¿por qué vas tan aprisa?
Lee, si puedes, quién es el que la envidiosa muerte ha colocado
Dentro de este monumento: Shakespeare, con quien
Murió la viva naturaleza; cuyo nombre adorna esta tumba
Mucho más que el fausto, pues todo lo que él ha escrito
Convierte al arte existente en mero paje de su ingenio».
Pero fuerza es detenernos en este camino de los elogios, ya que, tal es su abundancia que, por poco que soltara la pluma, correría riesgo de agotar la paciencia del lector; tanto más, cuanto que tales consideraciones caen de lleno en la segunda parte crítica de esta Introducción, que figurará como prólogo en el tomo siguiente. Mientras tanto, terminada esta breve y sencilla presentación del poeta de Stratford, mejor será descorrer el telón de sus sublimes TRAGEDIAS.
C. MONTOLIU.
NOTES
(1) Con gusto aprovecho la ocasión para recomendar al lector deseoso de más amplia información el excelente «Estudio Preliminar» de D. Eduardo Benot a la versión castellana de las Obras dramáticas de Shakespeare, de Guillermo Macpherson en el tomo LXXX de la Biblioteca Clásica.
(2) V. Pictorial Edition-Biography. Véase también la Introducción de F. J. Furnivall al Leopold Shakspere.
(3) Esta es la que adopté en mi obra de erudición: Shakspere: La tragedia de Macbeth. «L’Avenç», Barcelona, 1908; ya que el examen detenido de las fuentes de información a ello me inclinó, y el carácter de aquel trabajo me exigía atenerme al resultado de las mismas.
(4) Introducción a la versión alemana de Schlegel y Tieck.
(5) John J. Bond, Handy Book, p. XXVII, citado por Furnivall en su Introduction de la edición Leopold Shakespeare.
(6) Véase particularmente las obras de Reed, Francis Bacon our Shakespeare, Gay & Bird, London, 1902 y de Sir Edwin Durning Lawrence, Bacon is Shakespeare, Gay & Hancock, London, 1910, así como la de G. G. Greenwood, Shakespere’s Problem Restated, Lane, London, 1908.
(7) Véase Celestin Demblon, Lord Rutland est Shakespeare, París, Paul Ferdinando, 1913.
(8) «En sabiduría un Numa Pompilio (?), en genio un Sócrates, en arte un Virgilio.
Le cubre la tierra, le llora el mundo, le posee el Olimpo».
Supónese que en vez de Socratem debió el autor haber escrito Sophoclem, pues el verso no consta por ser breve la primera sílaba de Socratem, siendo a la vez más apropiada la comparación con Sófocles (Steevens).
MONTOLIU, Cebrià. [1917]. “Introducción” en SHAKESPEARE, William. [1917]. Obras completas de Shakespeare. Tragedias, Barcelona, Seguí, I-XI.