Para hacer el elogio de don Teodoro Llorente no tengo sino recordar aquella sensación que en mi primera juventud sus Leyendas de oro me dieron, de abrirse las ventanas de mi espíritu a la luz y a los aires de la poesía universal.
Goethe, Schiller, Byron, Heine, Hugo, Lamartine, toda la encendida pléyade romántica, él fue el primero en mostrármela, y ya nunca más pude apartar los ojos de ella; toda una generación española fue así por este hombre iniciada en la comunión poética del mundo, y la lengua castellana enriquecida con un oro exótico.
Porque la lengua era bien la misma: limpia y pura y sonante de su ley; pero yo no sé qué otra vibración se sentía en ella que, sin alterarla, la renovaba, que sin quitarle nada de lo suyo añadía un cristal a su sonar: era el recóndito cristal del verbo humano.
¡Parecía como si todo el mundo hubiera escrito en castellano, y esto daba una alegría a nuestra juventud! Nos hacía unos con todos los grandes de la tierra en la palabra, nos ennoblecía, nos aumentaba.
Así nuestra deuda, y la de Castilla, es inmensa con el poeta valenciano; y el nombre de traductor es glorioso sobre su nombre, como lo sea sobre el de muy pocos, y mucho más que el de poeta original sobre muchísimos.
También él es poeta original y no sin brillo; pero es tal la luz que su verbo recibió de extrañas lenguas, que no diré que aquel brillo propio palidezca, pero sí que se mezclan y confunden los resplandores. Y aun diré que no sé quién ha dado a quién; porque yo he visto luego, en las lenguas originales, muchos versos que no han penetrado en mi sentido con tanta fuerza como aquella con que me subyugaron en la traducción de Teodoro Llorente.
Este arte del traductor no es bastante estimado, porque quien no probó una vez su fuego, no sabe cuán semejante es al fuego creador: sólo el instinto del pueblo inocente sabe hacerle plena justicia. Porque, en efecto, para el pueblo no hay traductor ni inspiración prestada, sino que el primero que dice un canto, venga de donde venga, en la lengua propia, aquél es el autor del canto. Y no hay más verdad que ésta. La substancia creadora de poesía no está en lo que se dice, sino en cómo se dice; y quien inventa en una lengua, véngale de donde le venga la invención, es poeta de ella. Sólo el traductor y el pueblo lo saben bien; quiero decir el traductor inspirado, que sabe inocularse el verbo extraño sufriendo otra vez su fiebre en el propio; quiero también decir el pueblo inerudito.
Para este pueblo, en el que y para el que vivimos, Teodoro Llorente es el autor de las Leyendas de oro: para mí también lo es. Y quisiera comunicar este sentido a toda España, para que esta glorificación que al poeta se prepara fuera tal como él la merece.
"Diario de Barcelona", VI-1899
Joan Maragall: “Don Teodoro Llorente” dins Joan Maragall: Obres completes. Obra castellana. Barcelona: Editorial Selecta, 1981, ps. 243-244. (Biblioteca Perenne; 4bis).